Tom Ford es un afamado diseñador de moda, probablemente uno de los más influyentes de este siglo debido sobre todo a su extraordinaria trayectoria dentro de la firma Gucci, donde entró como diseñador y acabó siendo director y responsable de todo artículo que salía de la empresa, así como de sus campañas publicitarias e imagen de marca.
Ford salió de Gucci en 2005 y creó su propia compañía, TOM FORD, así, en mayúsculas, también dedicada al mundo de la moda. Abiertamente homosexual, Ford convive con su pareja, un reputado periodista de moda desde hace veinte años.
Estos detalles de la biografía del director vienen a cuenta del argumento de esta su primera película, pues aunque se trate de la adaptación de una novela de Christopher Isherwood, no cabe la menor duda desde el primer minuto de proyección que el realizador y guionista la ha fagocitado para encajarla en su propia biografía.
Dotado de una innegable capacidad para diseñar y crear ambientes y prendas de lujo, la cinta de Tom Ford está llena de encuadres limpios y perfectos, repletos de glamour pero donde no se respira ni un ápice de naturalidad ni la más mínima inteligencia narrativa.
La excusa argumental, el dolor personal por la pérdida del ser amado hasta el punto de abordar el suicidio, es sólo una suposición en la mente del director porque todo lo que aparece en escena no hace más que refutar la imposibilidad de que el protagonista se suicide, desde la pulcritud y elegancia con que viste hasta la incapacidad por expresar la más mínima empatía por un semejante que no sea de tipo sexual. Por si eso fuera poco, la realización camina por el amplio arco de recursos que van desde el anuncio de perfumes al anuncio de trajes de caballero, todo ello profusamente iluminado y musicado.
Ante tanta torpeza, cabe preguntarse si el motivo de crear esta cinta por parte del diseñador no ha sido otro, por ejemplo, el homenaje a su pareja... o a si mismo y sus sentimientos de altos vuelos. O ser una pieza más de una elaborada estrategia publicitaria alrededor de su marca.
El caso es que la película es un pesadísimo ejercicio de masturbación mental por parte de su autor, en el que sólo nos cabe lamentar que hayan entrado dos magnifícos actores como Colin Firth y Julianne Moore. Colin Firth se convierte en un sosias de Tom Ford y realiza un buen trabajo a pesar de contar con el personaje más plano de su carrera, aunque probablemente esa es su grandeza como actor y así se lo reconocieron en el pasado Festival de Venecia con la Copa Volpi.
Las malas películas también tienen su función y es que sus autores dejen de atemorizarnos con la repetición de sus intentos por ser cineastas. Así, esperamos que el diseñador y creador de tendencias y lujo Tom Ford se dedique en cuerpo y alma a lo que tan magnificamente sabe hacer y permita que el termino fordiano siga siendo un calificativo de cine excelso.