Lo que en el tráiler se vendía como un relato acerca de la piedad y solidaridad humana, se transforma en un viaje sobre la inutilidad de la caridad.
Si todavía alguien albergaba dudas acerca de la obra y la singular mirada del cineasta Joe Wright, en esta su tercera película podemos decir que despeja toda reticencia sobre su capacidad para convertir cualquier material en algo propio, es decir, para considerarle un autor dentro del panorama comercial hollywoodiense, con todo lo que eso implica.
Británico de nacimiento y formado como realizador en varias series de televisión, Wright nos impresionó con la incontestable Orgullo y Prejuicio (2005), una extraordinaria adaptación de la novela homónima de Jane Austen que daba muestra de su capacidad como director de cine por medio de una trabajada y cuidada planificación y puesta en escena.
Dos años más tarde, Wright se atrevía con el material literario de Ian McEwan en su obra Expiación, una compleja trama con guión de Christopher Hampton que dió nuevamente buena muestra de su ambición narrativa, pero que fue recibida más fríamente por el público al tocar temas de cierta severidad, algo ajenos al interés medio del espectador.
Aprendida la lección, Wright se enfrenta nuevamente a la adaptación de un libro, el del periodista Steve López de Los Ángeles Times acerca de su relación con un indigente dotado de cualidades musicales innatas. Sin duda se trata de un tema de calado, de los que atraen el público a la sala en busca de una reconfortante penitencia ante tanta injusticia como ven a diario. Aún así, Wrigth lo ha pasado por su propio tamiz, dejando su impronta en la historia.
Lo que en el tráiler se vendía como un relato acerca de la piedad y solidaridad humana, se transforma a la media hora en un viaje con varias bifurcaciones sobre la inconveniencia e inutilidad de la caridad, únicamente válida para limpiar la conciencia de quien la ejerce, casi nunca para solucionar el problema que pretende.
Temáticamente engarzada con la magnífica Nazarín (Luis Buñuel, 1959), El solista recorre a través de su protagonista Steve López (Robert Downey jr.) los senderos de la caridad y el afán de colaboración que todos sentimos al ser testigos de una injusticia. Pero lo que en cualesquiera otras manos hubiera dado lugar a un edulcorado ejercicio de buenismo con el que empapar unos kleenex, en las de Wright y su impresionante guionista, Susannah Grant, se convierte en un excelente toque de atención hacia lo inútil que resulta la ayuda a otras personas si no se cuenta con ellas como parte activa y vital del intento.
Afortunadamente, a pesar de la interpretación histriónica de Robert Downey jr. y la irregular de Jamie Foxx, la cinta logra encauzar su delicado tema entre variaciones de secuencias muy trilladas (el momento del bar, la llegada al apartamento) con otras sorprendentes, inexplicables e incluso irrelevantes, que dejan muchas puertas abiertas pero que adquieren su sentido una vez ha finalizado el visionado (la entrevista al ateo, el paseo entre los indigentes). No podemos meter en el mismo grupo de actores a la excelsa Catherine Keener, gran actriz todoterreno que rara vez lo hace mal. O a Tom Hollander, actor habitual con Wright capaz de construir en pocos segundos un personaje.
Hace unos años, el cantante Marilyn Manson nos dejaba estupefactos en el patio de butacas durante la proyección del documental Bowling for Columbine de Michael Moore. Tras varios entrevistados que impartían lecciones acerca de lo que se debía haber hecho con aquellos adolescentes que realizaron tan horrible matanza, Manson sugirió que quizá había demasiada gente diciendo qué hacer pero nadie dispuesto a escucharles.
El solista viene a ser esa respuesta hecha película. Ni los ejercicios religiosos, ni el trato paternal, ni los tratamientos médicos forzados, ni la inversión millonaria por parte de las instituciones y los políticos son la solución a muchos de los problemas sociales y médicos que padecemos. Así se ha demostrado durante décadas. El solista deja atisbar, sin subrayarlo, una vía que todos conocemos pero que pocos nos atrevemos a explorar porque es la más difícil de llevar a cabo.