Nos da la sensación de estar ante una tediosa pieza de relleno hecha pensando en seguir explotando el filón.
El realizador galo Luc Besson sigue adaptando para la gran pantalla –y dirigiendo– sus propias novelas pertenecientes a la saga de Arthur y los Minimoys. Tras una primera entrega que no deslumbraba, pero que al menos se mostraba entretenida a tramos y donde descubríamos un cuidado tratamiento de la parte digital –su buen dinero había detrás– nos encontramos ahora ante la traslación a la pantalla grande del tercer libro de la serie, después de que la primera película hiciera lo propio con los dos volúmenes iniciales.
En esta ocasión Arthur verá cómo su visita al mundo de los minimoys tendrá que adelantarse tras recibir una petición de ayuda. A partir de ahí, una vez que el joven se haya reducido de tamaño y sumergido de nuevo en el microuniverso, se reencontrará con personajes ya conocidos de la entrega anterior, mientras intenta averiguar de dónde procede exactamente el peligro. Una pista en el título de la cinta.
El gran problema del film es que se ha preferido reservar lo narrado en la cuarta novela para dar cuerpo a la siguiente película, convirtiéndola así a la que aquí nos ocupa en la segunda parte de una trilogía que nunca debería haber sido tal, habida cuenta de la poca enjundia de lo que se nos cuenta. Constantemente tenemos la sensación de que se nos está tomando el pelo, entreteniéndonos con anécdotas sin contenido que no nos dirigen a ninguna parte. Si se quería elaborar un prólogo al conflicto con que termina la saga, sería mejor haber aligerado parte del metraje para incorporarlo al próximo proyecto.
Así, en la hora y media escasa presenciamos en primer lugar una introducción que se alarga hasta lo indecible, sirviendo de preludio a la petición de socorro que recibe el protagonista. En todo ese tramo asistimos al festival de muecas y tonterías que provienen de parte de los padres de Arthur, dos seres lamentables que encarnan lo peor del cine infantiloide e infanticida de ayer, hoy y siempre.
A continuación asistimos al reencuentro del niño con sus amigos del mundo fantástico, pretexto que de nuevo alarga la trama hasta prácticamente cumplirse la primera hora de proyección. El único momento más destacable (por resultar algo movido) sería la persecución a bordo de unos vehículos motorizados. Sólo entonces nos vamos aproximando a la explicación de qué ha sucedido en realidad, pero llegados a ese punto, cuando la amenaza en la sombra acaba de confesar sus planes secretos, comienzan los títulos de crédito finales que nos anuncian que debemos esperar la continuación.
Por tanto, es inevitable la sensación de estar ante una tediosa pieza de relleno que se ha hecho pensando en seguir explotando el filón (a imagen y semejanza de lo que sucederá con la conclusión de la serie de Harry Potter), y que obviamente decepcionará a quienes esperen una película que les ofrezca una aventura completa.