Daybreakers

Con la intención de ofrecernos una nueva vuelta de tuerca dentro del subgénero de los vampiros, los hermanos Spierig guionizan y dirigen una película donde tan ilustres chupasangres han logrado transformar a prácticamente todo la humanidad en seres como ellos, quedando sólo unos pocos supervivientes cuyo corazón aún late y que lucharán denostadamente para evitar pasar a ser absorbidos por la masa vampírica.

Resulta curiosa la forma en que la civilización de este futuro no demasiado lejano –2019– se ha adaptado al vampirismo, o más bien cómo los vampiros han adoptado y proseguido con una sociedad bastante similar a la que conocemos hoy día. En ese sentido, el arranque de Daybreakers es lo suficientemente sugerente como para que nos sintamos atraídos por esos inquietantes carteles de publicidad callejera que durante los títulos de crédito iniciales se dirigen a los nuevos pobladores del planeta, esos seres de la noche que ahora se extienden por toda su superficie.

Los vampiros, sin embargo, se verán urgidos a encontrar un remedio para un acuciante problema: la escasez de humanos hace que ya no se encuentre tan fácilmente la sangre que les sirve de alimento, con lo cual se investigará apresuradamente para encontrar un sustitutivo de tan preciado fluido. Edward Dalton (Ethan Hawke) es un investigador que tratará de hallar el sucedáneo, y su camino se cruzará con el de un grupo de humanos fugitivos, comandado por Elvis (un desaprovechado Willem Dafoe) que guarda un secreto que podría cambiar el curso de la historia.

Entre los puntos fuertes de Daybreakers se encuentra además su estética, y una realización que logra ciertas escenas realmente destacables –aquellas donde los vampiros se exponen al sol, por ejemplo–, aunque luego hay otros fragmentos que se resuelven de manera harto torpe (sirva de botón de muestra el primer encuentro entre Dalton y Elvis). También resulta impactante el modo en que los humanos son tratados como ganado, algo que ya habíamos visto en otros títulos como Matrix.

No obstante, el filme se va desinflando a medida que transcurren los minutos, pasando de un turbador retrato de una posible sociedad futura –y, tal vez, título de culto entre los aficionados al género dentro de unos años– a una especie de aventura simple cercana a la serie B, donde el guión nos deleita con puntos muy poco trabajados –ese traslado del convoy de humanos supervivientes en plena noche, justo cuando más fuertes son los vampiros, o la cura casi mágica que se ofrece en el segundo tramo del argumento– que van dinamitando una historia que, pese a todo, acaba siendo una medianamente lograda cinta de entretenimiento.

Hay que advertir del festín gore en que acaban derivando algunas escenas, y también de lo abierto que queda el final, aunque hubiera resultado muy sencillo cerrar la historia de un modo redondo. Pero ya se sabe que las secuelas siempre atraen mucho a los realizadores, y los hermanos teutones no iban a ser una excepción.