En los últimos años no se puede concebir la cartelera sin algún estreno que implique avanzadas técnicas, entre ellas el 3D. Hasta podemos presumir de ejemplo autóctono con Planet 51, o incluso con ese corto de animación patrio, La dama y la muerte, que se ha quedado a las puertas de conseguir la preciada estatuilla. Si bien es cierto que las majors norteamericanas en la materia dominan el oligopolio, el resto de países pretenden romper las barreras introduciendo sus productos en el mercado.
Casi escondida entre los acontecimientos estrenos llega Cazadores de dragones, una extraña aunque atractiva co-producción europea que está condenada a pasar desapercibida entre el respetable aunque cuente con el aliciente de las gafas tridimensionales. Ya desde su cartel promocional, o incluso desde su título, la propuesta se plantea, erróneamente, como una divertida aventura para niños. En ella se adapta una exitosa serie de televisión de 52 capítulos vendida a más de 70 países entre los que se encuentra España. La película fue realizada hace dos años con holgado presupuesto, intenciones un tanto bizarras, y una sobrada fantasía que juega a ser una fusión de referencias del animado referencial del gigante americano. Homenaje, inspiración o descarado plagio, lo cierto es que la propuesta logra despertar mediante unos planteamientos llenos de imaginación. No en vano, ya lleva acumulados unos cuantos galardones internacionales.
La protagonista es una niña, a modo y semejanza de la Coraline de Henry Selick, que cree firmemente en los cuentos de hadas. Vive en un extraño mundo lleno de tierras multiformes y voladoras, dragones extraños casi de hojalata y seres atípicos, entre los que se encontrará a dos simpáticos personajes que dicen ser cazadores de dragones aunque en realidad nadie les contrate como tales ya que resultan ser unos auténticos patanes. La pequeña decidirá acompañarlos en un extraño viaje convencida de que ellos verdaderamente conseguirán lo que se propongan.
Si ya hemos advertido que el diseño de ciertos rostros remite a otras películas de animación, el argumento y su oscurantista estética de cuento lúgubre puede resultar sospechosamente parecido a Número 9, proyecto que había empezado su andadura hacía un lustro. Aquí también vemos una sociedad sumida en el Apocalipsis y rodeada de tinieblas, con metralla excedente por doquier, una especie de máquina exterminadora a quien doblegar y un grupo de inocuos personajes que no saben como enfrentarse a la temida bestia pero cuyo vínculo, unido a su astucia, acabará por ser vencedor. Por si esto fuero poco, los personajes navegan a través del planeta subidos en pequeñas parcelas de tierra o edificios imponentes. La equivalencia evidente puede ser la reciente oscarizada Up, o incluso El castillo ambulante, de Hayao Miyazake. Los parecidos razonables no acabarían aquí, sin embargo, el resultado es cuanto menos sugerente.
Teniendo en cuenta que dos realizadores franceses están detrás de esta obra, los momentos intimistas más melancólicos, y diríamos que “adultos”, son los que predominan en el metraje. No se trata de un filme infantil que intente divertir al patio de butacas, ni tan siquiera complacerlo. Estamos ante una historia hermética, onírica de superación personal y de soledades que plantea cómo el bien y el mal se han de batir en duelo para que una sociedad ya de por sí malgastada pueda recuperar parte de su bienestar. Pero sus bazas argumentales son mínimas, aunque sea rica en ideas. Huye, además, de las secuencias de acción para quedarse con otras más contemplativas y sorprende que posea un magnetismo visual tan delirante e imaginativo que sea precisamente el que sustente la obra con digno interés.