Melodrama que probablemente nunca se hubiera estrenado en las salas de cine de no ser por la presencia de Fraser y Ford.
John Crowley (Brendan Fraser) es un empresario que ha logrado saborear el éxito partiendo de unos orígenes humildes. Sin embargo, el destino le tiene reservado un golpe cruel: a dos de sus tres hijos se les ha diagnosticado una enfermedad degenerativa incurable. Contando con el apoyo de su mujer y de sus amigos, John se asociará con un científico nada convencional, el huraño Robert Stonehill (Harrison Ford), con vistas a intentar encontrar la cura que salve la vida de los pequeños.
Basándose en la novela The cure de Geeta Anand –a su vez fiel reflejo de una serie de hechos reales–, el director Tom Vaughan (Algo pasa en Las Vegas) plasma en imágenes esta lucha desesperada y contrarreloj, que incluye la costosa creación de una compañía biotécnica en el contexto de la cual el sufrido padre buscará crear un fármaco milagroso, siguiendo los consejos y las teorías de Stonehill.
Hay que advertir de su error a aquellos que esperen encontrarse ante una cinta de acción, un thriller o una comedia, considerando quiénes son los dos actores principales. Medidas extraordinarias es un melodrama que probablemente nunca se hubiera estrenado en las salas de cine de no ser por la presencia de Fraser y Ford en su cartel.
El filme encumbra, cómo no, a las dos figuras que sacrificaron tiempo, dinero y esfuerzos por intentar sacar adelante su sueño, dedicando una importante parte del metraje al sentimentalismo menos sutil y más trillado, buscando conmover por la vía rápida. Por otro lado, hay una en principio encomiable crítica al sistema médico y empresarial estadounidense, que sin embargo no acaba de resultar todo lo contundente que la materia podría dar de sí (vean sino la impresionante Sicko de Michael Moore y comparen).
Medidas extraordinarias navega entre la fidelidad a los términos científicos que se dejan caer aquí y allá, la denuncia de los métodos empleados por las grandes corporaciones y la sensiblería barata en el entorno familiar de los protagonistas. Añadan a todo ello dos actores bastante limitados –que no se nos antojan los más adecuados para un relato de esta índole, restándole la poca credibilidad que logra acumular de vez en cuando– y un desarrollo bastante lineal y aburrido.
Así obtenemos una película repleta de buenas intenciones y de gente desinteresada que trata de hacer del mundo un lugar mejor donde vivir, pero a la cual los tintes culebronescos y el error de casting de sus caras más visibles acaban por hacer perder el interés, máxime intuyendo desde su mismo arranque cómo van a desarrollarse los acontecimientos y a qué resolución se llegará. Sus ciento cinco minutos de duración tampoco ayudan.