Quién piense que esto del porno es una manifestación de la nueva era, que ha proliferado gracias a la privacidad que ofrecen Internet y los reproductores digitales, se equivoca.
El cine pornográfico (o cine funcional como dice un buen amigo con mucha retranca) es tan antiguo como los propios Lumiére. Baste recordar que nuestro monarca Alfonso XIII ya encargaba la creación y posterior exhibición privada de películas pornográficas que degustaba en compañía reducida.
Este año la industria pornográfica del cine ha facturado más que la industria cinematográfica convencional. Y es que si el cine convencional está íntimamente ligado a la recaudación en salas, el pornográfico tiene tanta libertad de expansión por cualquier medio que era inevitable que terminase ganando esta batalla.
Hay que aclarar que en este comentario nos referiremos al cine porno heterosexual y orientado al consumo masculino, que es el consumidor mayoritario de este tipo de cine. Si bien es cierto que el cine gay ha tenido un importante ascenso fruto de la liberación sexual en las sociedades del primer mundo, su trozo de la tarta aún es pequeño frente al hetero.
Desde las primeras películas con mujeres tipo Rubens y señores con mostacho a las estilizadas actrices y musculados actores de hoy día ha habido un largo recorrido del que sólo mencionaremos un par de hitos. El primero fue la carta de calidad que el realizador Gerard Damiano imprimió al género, llegando a conseguir que los estrenos de sus cintas fuesen reseñados en periódicos como el New York Times. Nos referimos al El diablo y la señorita Jones (1973) o Garganta profunda (1972), esta segunda con tal repercusión social que llegó a dar nombre al confidente del caso Watergate que acabó con el presidente Richard Nixon.
Si la cualidad oral que exhibía Linda Lovelace en la mencionada cinta dió la vuelta al mundo y abrió una nueva tendencia en la pornografía, no menos importante fue la llegada de lo digital. No pretendemos referirnos con esto a ninguna habilidad manual exhibida en plano detalle, si no a la huida en masa de este cine explícito de las salas cinematográficas para refugiarse en los reproductores y ordenadores domésticos.
La última sala X de la capital española es hoy un recoleto cine dedicado al documental más agudo y a la reposición de clásicos, en cuyo vestíbulo y sala aún se puede apreciar el aroma de lo prohibido: el Pequeño Cine Estudio. Ya no hay salas X porque el abaratamiento en la producción y reproducción de películas ha convertido al visionado de porno en un acto de soledad.
Lo digital trajo lo personal y los aficionados ahora pueden discutir sobre las meditadas cualidades que han observado en sus actrices o actores favoritos como se comenta el último penalti en contra de tu equipo: la maestría de Rocco Siffredi, la belleza perturbadora de la desaparecida Jenna Jameson, la habilidad ecuestre de Krystal Steal, la inocencia perdida en el rostro de Amy Reid, la potencia de Nacho Vidal, la rotundidad de formas de Veronica Zemanova o la inteligencia de Tera Patrick, presidenta de su propio canal de televisión... por no hablar de los buenos ratos que se pueden pasar recordando el ingenio bastardo que suelen tener los creadores pornográficos al titular sus films, siempre al hilo de la máxima actualidad. Baste mencionar que tras el estreno de la película de Amenábar sobre Ramón Sampedro, rápidamente se estreno su réplica X bajo un sugerente Más Adentro como título.
Técnicamente, la mayor dificultad que tiene el rodaje del porno es la iluminación y el mantenimiento del raccord o continuidad. Si pensábais que los actos sexuales que se perpetran en estas películas son auténticos, en tiempo real, lamento decepcionaros. Rodar una peli porno puede llevar un par de días o tres, ya que cada acto se rueda durante cuatro o cinco horas, con su descanso para el bocadillo, cigarrito y vuelta al tajo. La ventaja es que el script o encargado de la continuidad, no tiene mucho que controlar: los actores están desnudos y no hay demasiado decorado que sufra cambios durante la secuencia.
Así que si pretendíais comparar vuestras virtudes amatorias con las exhibidas en estas cintas, olvidadlo. Es tan estúpido como intentar volar porque se lo has visto hacer a Superman. Tampoco la comparativa de tamaños, tanto en hombres como mujeres, es un buen ejercicio. Los actores y actrices porno son fruto de una estricta selección por sus virtudes fisionómicas y fotogénicas, asi que no suele ser recomendable emularles frente a un espejo. El esfuerzo y posterior disgusto puede dejarle a uno inerte durante meses.
De hecho, surgió hace unos años un género en el porno denominado gonzo en el cual los actores rodaban en tiempo real para evitar la intrusión de otros menos dotados y con menos capacidades. Algo así como el dogma promulgado por Lars Von Trier para el cine convencional. Nacho Vidal, uno de los mejores actores de todos los tiempos, fue uno de sus valedores, llegando a firmar como director alguno de sus títulos.
El cine porno nunca morirá, porque la parte masculina de la humanidad necesita del estímulo visual para provocar su líbido. Lo que podemos lamentar es que como arte siempre estará relegado a una zona oculta y prohibida, como si la belleza que escondemos en nuestros cuerpos, incluidos los genitales, no fuese saludable tenerla presente.