Tras un inicio prometedor acaba derivando con rapidez en una plática que defiende la importancia de las religiones en las sociedades humanas.
Nueve años llevaban los realizadores Albert y Allen Hughes sin estrenar un nuevo título, quedando ya lejano aquel Desde el infierno que adaptaba un enrevesado cómic escrito por el genial Alan Moore. Aún en fase de producción se halla la plasmación en fotogramas de otro clásico del noveno arte, en este caso el Akira de Katsuhiro Otomo, cuya llegada a las salas de cine se prevé para 2012.
Pero, centrándonos en El libro de Eli, comencemos diciendo que nos encontramos ante una especie de western postapocalíptico donde se nos describe un mundo que a duras penas ha logrado sobrevivir a una guerra –supuestamente originada por algún choque entre religiones, a tenor de alguna pista que se deja caer– que provocó un agujero en la atmósfera, hecho que ha convertido el planeta en una sucesión de tierras desérticas donde sólo los más fuertes consiguen sobrevivir.
En medio de este panorama tenemos a nuestro protagonista (encarnado por Denzel Washington), un caminante solitario que se dirige hacia un destino concreto con una misión muy particular en mente, relacionada con la conservación de un libro de vital importancia para la supervivencia de la raza, y el contenido de cuyas páginas podría usarse para el bien o tal vez, en manos poco recomendables, para dominar a la dispersa población del globo.
Con estos mimbres se teje una cinta de acción que acaba por ser una especie de Mad Max con ansias de trascendencia, usando para ello diversas referencias no demasiado veladas a la religión –católica, básicamente–, que incluyen las tentaciones de Satán a Jesucristo, o la mismísima crucifixión del Mesías. Eso sí, el guionista debutante Gary Whitta no se ha privado de incluir unas cuantas escenas de combate con elaboradas artes marciales, para lucimiento del protagonista y a mayor gloria de la recaudación en taquilla.
Pese a los intentos de imprimir ritmo al filme en esas ocasiones –es imposible eludir la sensación de que estamos prácticamente ante una versión de The road protagonizada por el Wesley Snipes de Blade–, lo cierto es que la parsimonia domina durante buena parte del metraje, intentando dotar de un aura de respetabilidad a una película que, al fin y al cabo, tras un inicio prometedor acaba derivando con rapidez en una plática que defiende la importancia de las religiones en las sociedades humanas, y que no logra elevarse a suficiente distancia del aburrimiento y de las decisiones argumentales predecibles: baste con señalar que el personaje de Denzel Washington, debajo de una apariencia despiadada que se nos muestra en un principio, rápidamente vuelve a mostrar todos los rasgos de noble y perfecto caballero que estamos acostumbrados a verle en casi todos sus papeles en la gran pantalla.
Como aspectos positivos destacarían la ambientación y esos tonos grises que predominan en este nuevo mundo. En las antípodas hallaríamos a un Gary Oldman demasiado repetitivo en su papel de villano, o el enésimo (e innecesario) intento de sacarse de la manga un giro final de la trama que suponga una sorpresa para los espectadores.