Interesante aproximación a los vértices de un triángulo religioso que envuelve el judaísmo, el cristianismo y la fe musulmana.
Pese a que ninguna quiniela la situaba como favorita para conseguir el Oscar a la mejor película extranjera, esta pequeña gran cinta cuenta con el mérito de haberse colado entre las cinco candidatas para la categoría. Siete años tardaron sus artífices en construir las vidas cruzadas de este filme coral, un esfuerzo que se vio recompensado con la Cámara de Oro en el festival de Cannes, que premia los logros noveles.
Ajami es el primogénito de los realizadores Scandar Copti y Yaron Shari y, pese a que corre el riesgo de invisibilizarse en la cartelera por dar la apariencia de ser otra película más sobre los conflictos del estado de Israel, supone una interesante aproximación a los vértices de un triángulo religioso que envuelve el judaísmo, el cristianismo y la fe musulmana.
Transcurre en el barrio-crisol de culturas de Jaffa, que sirve de perfecta metáfora para la colisión dramática de los acontecimientos. Crimen, drama, religión y romance son algunos de los elementos que desfilan por sus calles. La historia se estructura en cinco episodios, cada uno de ellos con unos personajes y sus correspondientes definiciones, pero no estamos delante de una narración cronológica sino que recurre a la deconstrucción de las líneas temporales para acentuar su efecto dramático. Bien podrían pensar algunos que el filme es como si el tándem Iñarritu-Arriaga, padres de obras como Babel o Amores perros, se hubieran trasladado a Tel-Aviv para rodar uno de sus prototípicos relatos plagados de situaciones al límite y dramatismos desaforados. O que sea una nueva Ciudad de Dios, aunque esta vez trasladada a territorios de diferentes connotaciones.
No se le puede negar a la obra cierto poder efectista que tiende a la manipulación demagógica del espectador. Algunos personajes se revelan ciertamente inverosímiles en tanto que unas pocas secuencias resultan altamente improbables. Tanto, que el espectador no sabe si pensar que es parte del objetivo provocador de la cinta y alabar sus imprudencias por considerarlas todo un desafío a la razón, insertadas como si fueran una declaración de intenciones. Conforme avanza su metraje, el magma de turbulencias argumentales y la profusión de personajes abruma pero el resultado no deja de ser satisfactorio pues consigue mantener un sugerente equilibrio que se mueve entre la propuesta rigurosa y el entretenimiento de las audiencias.
Ajami es una película a tener en cuenta por su puesta en escena. Una implacable crudeza documental mancomunada con una artificialidad sin pudores dentro de lo que podríamos definir como una fábula moral demuestran que se trata, sin duda, de una apuesta valiente, aunque su propia condición la tilde de contradictoria. Por supuesto, su conclusión cierra el círculo de caminos entrecruzados de manera caprichosa y demuestra, una vez más, sus virtudes y defectos: las vanidades que sonrojan las tramas planteadas van contra de un estilo visual que refleja una realidad supuestamente absoluta a través de la pluralidad de puntos de vista.