No parece probable que en una cultura como la norteamericana se pueda hacer una parodia al todopoderoso, sin caer rápidamente en una moralista disculpa por el amago de sacrilegio.
La idea de un Jim Carrey ejerciendo de creador alentaba a un conglomerado de barbaridades apuntadas por el trailer, y que durante el tramo del nudo argumental ofrecía promesas cumplidas. Pero como tope a un gamberrismo que fácilmente habría bordado una cinta de andanzas de payaso espléndido, demasiado pronto aparece la justificación teológica con que hacer proselitismo religioso, y mantener el respeto debido al "God" en que confían los billetes.
De lo acertado de ofrecer el centro del universo al satírico protagonista, ello como respuesta a sus rebeliones religiosas, se pasa a una explicación de teleserie orquestada por principios culturales encerrados hipócritamente en pequeña pantalla. Y ahí sólo la distensión y amabilidad salvarán el regusto final que nos roba la clave que define a una comedia como película excepcional: la existencia de un ritmo que alcanza un climax, pretensión renunciada por valores trillados en colegio de carmelitas.
Tom Shadyak no es Frank Capra, y si bien supo nivelar su aportación sentimental en "Mentiroso Compulsivo" -muy lejana a otra en que también dirigió a Carrey: la mismísma Ace Ventura- aquí se modera en exceso consciente de que jamás se produciría una burla en nombre del mismísmo Dios. Eso debe ser pecado. Lo mismo que no rematar una buena jugada... aunque en Estados Unidos el triunfo haya sido indiscutiblemente absoluto.