En el año 2035, la inserción de los robots en la sociedad está a punto de sufrir un cambio. El nuevo relevo generacional va a permitir a un sucedáneo de Bill Gates colocar una unidad en cada casa, tal y como muchos años atrás hizo el verdadero con los ordenadores compatibles. Entre tanto, un agente de policía suspicaz (Will Smith) se muestra desconfiado hacia las modernas máquinas, lo cual se verá recompensado con una declaración post-mortem del mayor responsable de ingeniería de los monigotes mecánicos, dirigida a él personalmente y que resulta de lo más inquietante. Ahí empieza una investigación en que acompañado de una psicólogo-ingeniera de físco modélico y pose sufridora algo forzada (Bridget Moynahan), se producirá una desdeñable relación entre ambos para unir sus distintas visiones de la vida: uno como escéptico hacia la robótica, otra como defensora confusa que trata de hilvanar argumentaciones en defensa de la relación hombre-máquina sobre la naturaleza humana. Todo con una elaboración tan superficial como imprecisa y con un Will Smith demasiado marcado por su pasado humorista y otras experiencias como impertérrito salvador. Pero a medida que se sucedan los acontecimientos, la verdad terminará por imponerse sobre ellos y sobre todos aquellos que tachaban al aguerrido agente de la ley de paranoico. Algo gordo se estaba cociendo.
Lo expuesto anticipa algo del resultado. La idea de que las máquinas vayan a rebelarse, la de que algo falle y las convierta en enemigos contra las inspiradoras reglas de Isaac Asimov("un robot nunca puede hacer daño a un humano o permitir que éste dañe a otro..."), constituye un anuncio apocalíptico tan asumido por la cultura Terminator y modernidades Matrix que seguro que habrá quien esté convencido de que ese es el final que nos toca si no acaban los de siempre antes con todos a bombazos. Además, la introducción de una unidad robótica especial por su capacidad emotiva, crea un pequeño punto de unión con el experimento heterogéneo de Spielberg en Inteligencia Artificial, cuyos resultados distan de obtener una valoración unánime pero sí tienen una solidez aquí desconocida. La transición de cinta de investigación a acción irracional, de saltos imposibles y balazos huecos, si bien llega a esperanzar puntualmente no deja de conducirse con la monotonía propia de la irrelevancia y el refrito. Mientras la ambientación desaprovecha el entorno futurista, lejos de apuntar a mitos como Blade Runner o recientes ejemplos de cohesión como Minority Report -hay más preocupación por las campañas publicitarias de cierto coche y ciertas deportivas-, los efectos visuales de tiroteos y forzadas persecuciones son pegotes manidos pasto para el olvido. La intriga argumental por su parte, es sólo un esbozo de lectura sobre las maldades y lógica fría del fascismo revestidas de circuitos, un acompañamiento para el incondicional de la trama de videojuego y de aquellos en que se toca poco el mando. Y con un final del mismo estilo, con todo el fregado pendiente de un minuto de pueril resolución, avioncitas cruzando el cielo y mensajes de esperanza hacen añorar una buena pirotecnia fallera y una banderola al viento con barras y estrellas. Lástima que estas dos últimas cosas estén ausentes: habría sido una película redonda... a su manera.