Hicks ha puesto en práctica un enorme grado de contención dramática.
Experto en la confección de dramas familiares cuya complejidad radica en la arrolladora personalidad de sus protagonistas -en su anterior filme ya asomaba la inestabilidad emocional del personaje interpretado por Catherine Zeta Jones en Sin reservas, remake de Deliciosa Martha, por no hablar de Shine- Scott Hicks lleva a la gran pantalla en su nuevo filme la biografía de Simon Carr.
Periodista deportivo (en la realidad estaba especializado en el ámbito político), su idílica existencia se ve truncada al fallecer su esposa. Tras el terrible trance, Simon (Clive Owen) deberá lidiar no solo con el hijo pequeño de ambos, sino que a la inesperada situación se le sumará la visita de su hijo adolescente fruto de un anterior matrimonio.
Diseccionada la premisa argumental, parece lógico pensar que el dramón que a todas luces se desprende haga correr a toda prisa al espectador hacia los kleenex más cercanos. Sin embargo, tras su visionado cabe afirmar que la prioridad de su autor dista mucho del lagrimeo fácil.
En ese sentido, es de agradecer que Hicks haya puesto en práctica un enorme grado de contención dramática que se deja notar desde el trabajado guión, y es justo afirmar que sin la sólida labor de Clive owen -actor poco expuesto en el terreno melodramático- y de los niños que le acompañan no podría haberlo logrado.
Si es bien cierto que la sinopsis nos acerca a un telefilme de los que suelen dejarnos fritos después de comer, en manos de Hicks se convierte en una cinta cálida que circula por derroteros intimistas y colmada de una tristeza tan sosegada que nos recuerda en ciertos momentos -la elegancia con la que las gotas de lluvia se reflejan en los cristales del coche, o las localizaciones que llevan a conocer el país de los canguros de una manera tan personal- a la Coixet de Mi vida sin mí, evidenciando ese concepto tan obviado de que los hombres saben llorar.
Auspiciada por la apacible música de los islandeses Sigur Rós, Solo ellos confecciona con dedicación la decisión de un padre que opta por la falta absoluta de reglas establecidas en cuanto a la educación de su hijo de seis años y las consecuencias que ello acarrea, imprimiendo un nuevo concepto de paternidad en un intento por reconstruir su propia vida. No obstante, no todo van a ser lindezas puesto que resulta conveniente matizar algunos aspectos que su director se ha dejado en el tintero, como por ejemplo la escasa importancia que se le da a temas secundarios como los sentimientos de los hijos, aquí levemente subrayados, o la poca aportación de la desdeñable voz en off. Con todo, aporta una visión inusual al sobado melodrama familiar.