Su gran virtud es transmitir lo que el uso de un buen lenguaje cinematográfico e iconoclasta puede llegar a alcanzar.
François Truffaut ha afirmado de ella que es un “regalo para los ojos que no puede ser desaprovechado”. La sentencia no deja lugar a dudas. Estamos hablando de Lola Montes, un filme realizado en 1955 por Max Ophüls que se convirtió en una obra maldita. Casi de escondidas se ha vuelto a reestrenar ahora, sin previo aviso, lo que acarrea el riesgo de que pueda pasar desapercibida, aún siendo otra vez lanzada a los circuitos comerciales.
El objeto de su reestreno no es otro que ofrecer esta obra revolucionaria completamente restaurada, cortesía de la Cinémathèque Française, en todo su potencial cromático y sonoro. Tanto el color como el sonido tienen un poderoso influjo sobre la historia, por lo que queda completamente justificada la decisión.
Su argumento, narra la vida de la condesa de Lansfeld, una de las cortesanas con más influencia del siglo XIX, y lo hace mediante una doble dialéctica. Por un lado, asistimos, mediante grandes flash-backs, a diferentes episodios de la vida de la mujer. Por el otro, la obra sitúa al observador en una posición alejada y lo introduce en un espectáculo de circo. La propuesta supone una de esas extrañas cumbres de la Historia del cine, por tratarse de una narrativa iconoclasta, además de desplegar todo un abanico de recursos estéticos, que la acercan al vanguardismo.
Con Lola Montes estamos ante un alambicado híbrido metalingüístico en el que se mezclan las texturas del cine, la poesía circense y la escenografía teatral para narrar una fantasía biográfica de tintes oníricos. Son precisamente sus piruetas en el lenguaje, unidas a esa aura de ensoñación permanente, las que invitan a la fascinación, envolviendo al espectador, y haciéndole testigo de excepción de la excepcional vida de la malograda protagonista.
Casi de forma impresionista, Ophüls opta por dibujar cuadros escénicos aislados del recorrido de la heroína. En estos esbozos logra definir una vida de excepción y ejecuta con maestría el poder de las diferentes formas artísticas. En Lola Montes nada sobra, aunque quizás se echa en falta una zambullida más profunda en las épocas que se explican en torno a su figura principal. Sin embargo, la gran virtud es transmitir sabiamente lo que el uso de un buen lenguaje cinematográfico e iconoclasta puede llegar a alcanzar.