Para demostrar hasta qué punto es discutible la idea propagada por algunos en torno a la objetividad como principio sacrosanto a la hora de ejercer la actividad crítica, basta con prestar atención a la tipología de los colegas que cubren los pases de prensa previos a la exhibición comercial de las películas. Dentro de la mayor o menor flexibilidad de que hacen gala los medios para los que se escribe, o de su especialidad y target, los críticos no dudan en escoger los films que más se adecuan a sus gustos, lo que determina su predisposición a valorar positivamente lo que van a ver.
En el pase de una película gore, el noventa por ciento de los asistentes son hombres entre los veinte y los treinta años, no demasiado amigos de la ducha, que sueñan con hacer lo que ven en pantalla a esa pizpireta compañera de redacción que les usa como pagafantas. En el de una comedia romántica, casi todos los presentes son redactoras de publicaciones femeninas, cuya vocación oscila entre el hábito monjil y la boda con un educador infantil. Y en el de las películas de Wes Anderson —director de Fantástico Sr. Fox así como de Viaje a Darjeeling y Life Aquatic— lo habitual son las gafas de pasta, las mochilas cruzadas, los rictus entre lo memo y lo despectivo, las novelas de Murakami, los complementos tecnológicos y la dificultad para diferenciar a los unos de las otras.
La autocomplacencia estatuaria que caracteriza a estos críticos es idéntica a la de su ídolo: Fantástico Sr. Fox no es una adaptación más o menos fiel de la sutil fábula escrita por Roald Dahl en 1970 y centrada en la odisea por la que pasan un astuto zorro, su familia y sus vecinos campestres para burlar el asedio de tres granjeros; los guiños más creativos atañen, de hecho, antes a la figura de Dahl que a su relato. Tampoco es una cinta de animación interesada en ganarse el aplauso de los niños o en marcar un hito, siquiera en el terreno de la stop-motion. Fantástico Sr. Fox es una película de Wes Anderson, autor en el sentido más coercitivo del término.
Como uno mismo, Fernando Trueba dice y escribe muchas tonterías. Pero creo que atinaba al opinar en su Diccionario del Cine que, “en ocasiones, un director admite que en realidad, «siempre he estado haciendo la misma película». Y, sorprendentemente, suele ser aplaudido en lugar de apedreado. Parece que se es más artista, más autor, cuanto más se autoimita uno [siendo] el estilo aquello de lo que un artista no puede escapar […] las limitaciones de cada cual”. Anderson cumple a rajatabla con esta apreciación y, por tanto, Fantástico Sr. Fox es poco más que el consabido catálogo de neuras, contradicciones creativas, referencias cinematográficas y musicales de prestigio y tics de sofisticación académica que ha marcado sus realizaciones previas y, atención, las del co-guionista del film, Noah Baumbach, firmante individual de las asimismo idiosincrásicas Una historia de Brooklyn (2006) y Margot y la boda (2008).
No falta el protagonista bigger than life cuyo inmenso ego acarrea la infelicidad a sus seres queridos. Ni los niños grandes incapacitados para encajar en un mundo que el propio cineasta trata de controlar mediante una estilización artificiosa, llevada al límite en Fantástico Sr. Fox por la stop-motion y las maquetas. Ni el concepto metafórico de perpetuo movimiento en la ficción, tanto da si en submarinos, trenes o mudando de madrigueras. Ni el virtuosismo formal, que no se remite únicamente al cine en géneros tan diversos como el thriller o el western, sino también en esta ocasión a los videojuegos, como ha señalado Tonio Alarcón.
Todas, aristas de indiscutible atractivo abordadas teóricamente y por separado. Pero inútiles para conformar una ficción con objetivos que las amolde; que transmita algo, siquiera confusión, más allá de su ingenio estructural. Y no es un problema exclusivo de Wes Anderson. Si recordamos otras películas pseudoinfantiles recientes como Los mundos de Coraline o Donde viven los monstruos, no podemos sino concluir que la mirada que se deposita actualmente sobre técnicas y argumentos propios del universo de la niñez manifiesta una preocupante ausencia de empatía, con el objeto tratado y con el público.
Como esos críticos que asisten a ciertos pases queriendo parecer a la vez inocentes y malotes, vintage y trendy, rudos y cursis, primarios y complejos, las películas citadas, y especialmente Fantástico Sr. Fox, están demasiado pendientes de sí mismas, de su estilo (limitaciones) como para calar en el espectador. O al menos, en este espectador.