Todo el mundo conoce el extraño fenómeno de la canción del verano; pues bien, también tiene su equivalente en película; “Slam” es la película del estío, aquella a la que le sobra la poca vergüenza –al igual que a veces la “calidad”- y destinada a adolescentes universitarios con las hormonas rebosantes que quieran pasar un rato sin sudar, en una sala oscura donde la proyecten y, si puede ser, con el aire acondicionado al 10.
Por ello, en “Slam” no hay grandes dramas, ni conflictos sesudos, ni niños pakistaníes enfundado armas; aquí solo hay sexo, Festivales de música Indenpendiente en Verano, relaciones entre amigos y poco más. Sí, no es un nivel muy alto, pero es que “Slam”, al igual que “Gente Pez” –el éxito del verano pasado- no aspira a más.
Por ello, no hay que juzgarla con demasiada severidad; ya que quizá, es preferible ésta despreocupada, alegre e inconsciente falta de “transcendencia” con la que pasar un rato escondidos del sol, que otros productos fallidos de supuesto cine intelectual y de calidad que aburren soberanamente hasta el mismísimo Sanchéz Dragó.
“Slam” recoge la antorcha que al principio de los ochenta encendieron películas como “Porkis”, “Los albóndigas en remojo” o “La revolución de los Novatos” y que se ha mantenido encendida gracias a otros productos similares del estilo “American Pie”. No se sí eso es bueno o malo, lo único es que pertenece a un género que se mueve por las mismas reglas y que por ello, no exige demasiado, para mal o para bien.