La variable figura de Catwoman, cuya azarosa vida ha dependido de las manos de los múltiples guionistas de su historia en DC Comics, encuentra en Halle Berry el mejor motivo para su regreso al celuloide. Fundamentalmente porque su atractivo físico, con independencia de que no sea tratado con coherencia en la base del argumento –los inicios como mujer gris e insegura no casan del todo con su presencia- son el único punto de apoyo para un retorno insípido y hasta cierto punto innecesario. No lo juzgarán así los que tienen la baraja de las figuras del cómic y van sacando una a una con un acierto más que ajustado: los resultados en taquilla hacen de estos recursos algo totalmente imprescindible.
Pero el trabajo de Pitof, conocido como realizador de Vidocq tras su experiencia en los efectos especiales de producciones como “La ciudad de los niños perdidos”, no es especialmente gratificante, y por mucho que trate de camuflar un guión que se mueve entre lo ridículo y lo pretendidamente ridículo –justificación presumible, el público adolescente- con giros y más giros de cámara que piden a gritos Biodramina, el mareo no distrae en momento alguno de la falta de sustancia. Probablemente al hombre se le pararía el corazón si alguien le dijese aquello de 'menos es más'.
Por su parte, el sentido del ritmo es más que tenue, con una misma intensidad en la que los sucesos se van presentando de forma sorprendentemente regular, con el único logro de no caer en la calma total y dormir al personal. Reflejo de esta planicie, una presentación que se dilata y que sin pudor se permite justificar con historias para no dormir el que un gato-raro haga de la mujer discreta una dura justiciera que se plantea pocas cosas, todo a la vez que la trama pide a gritos mayor atención ante un desenlace que se acerca obligado por el minuto noventa. Y cuando llega, lo hace moldeada por la sencillez propia de los recuerdos incansables del arquetipo del fundido en negro.
La falta de atmósfera hace añorar la oscuridad de la segunda incursión burtoniana en que Batman se encontraba con la sugerente Michelle Pfeiffer. A diferencia de la laureada afro americana, aquella sí podía modular su desmedido encanto para justificar su mutación, su presencia en pantalla era algo más que la de una reina del peep-show buscando la atención de la cámara agitando látigo pomposa y orgullosa de sí misma. Su personalidad atrapaba y hacía percibir en cada uno de sus movimientos sensualidad e intimidación. Aquí nada destaca más allá de su cuerpo, aunque su actriz protagonista, al igual que afirmaba al alzar el Oscar que de alguna forma estaba liberando a las mujeres de color, anuncia ahora es quien lidera la figura de la heroína y que está abriendo camino a las féminas.
Dejando a un lado esta y otras majaderías, cuando Sharon Stone ejerciendo de pérfida sea inevitablemente vencida, olvidaremos de donde venía la mujer gato. A no ser que un anuncio de secuela se moleste en recordárnoslo.