Entre saltos en el tiempo y cruces de sus distintas formas de enamoramiento, es fácil olvidar su falta de sentido.
Un producto de ciencia ficción, lo es por establecer una mezcla de fantasía y ciencia cuya combinación o bien puede ser/ llegar a ser real, o por el contrario por limitarse a establecer un marco argumental imposible a partir del cual desarrollar un relato.
Esta última opción, no tiene por qué desmerecer su propuesta, e incluso por el contrario puede subrayar el valor de la ficción a la hora de explorar situaciones imposibles en la vida real. Si posteriormente la narración resulta incoherente con sus propias reglas, si abusa de la ficción para dar salida fácil a cada escollo argumental, eso y no su sinopsis es lo que la convertirá en un producto indiferente.
Más allá del tiempo no parece destinada a hacer exploraciones en “la conjetura de la protección de la cronología” ni a apoyarse en la “relatividad especial” para justificar su extravagancia: Henry (Eric Bana), desde niño, se desvanece y aparece en otros momentos temporales por una inverosímil condición genética. Atender a su primera experiencia desintegrándose en el tiempo como un niño y a cómo su propio “yo” del futuro le visita para calmarle y ponerle en antecedentes, da buena cuenta de su efectismo y empieza a plantear el primer interrogante: cómo con tanto viaje y tanta incidencia en la vida de quienes están a su alrededor, es incapaz de alterar el curso de los acontecimientos.
Esta regla establecida para poder aportar el componente dramático en su determinismo, pone en problemas a cualquier duda racional que se plantee sobre su juego. Al mismo tiempo, subraya lo secundario de esta o de querer darle un sentido a lo que no lo tiene: aquí todo gira sobre el enamoramiento de Henry y Annete, a la que este conoce siendo mayor en un viaje al pasado mientras ella es apenas una niña. Posteriormente, ya crecida, acudirá enamorada a él sin que este la conozca, iniciando una relación muy genuina.
Con esa idea, es la introducción del elemento temporal en el amor entre ambos protagonistas lo que singulariza a Más allá del tiempo, algo reforzado por un sabor a romanticismo en que hay siempre presente una melancolía, alargada y suavizada en sus tramos amargos, con unos modos que recuerdan a otra obra de su guionista, Joel Rubin, como es Ghost. Atender a cómo en distintos estados y momentos de su vida sus protagonistas se van encontrando, tratando de sobrellevar las inconveniencias de los secuestros temporales que padece Henry, viendo su cariño relacionarse en distintos grados por el momento en que se encuentra la relación para uno y otro, es su aportación que se sostiene en el carisma y cercanía de sus personajes. Entre saltos en el tiempo y cruces de sus distintas formas de enamoramiento, es fácil olvidar la falta de sentido que antes mencionábamos, algo de lo que es muy responsable Robert Schwentke, que ya había dado cuenta de su corrección tras la cámara ante retos de ritmo y suspense en Plan de vuelo: Desaparecida. Con su cuidado sabe captar las suficientes emociones como para que estas mantengan el pulso y se queden acompañando incluso cuando termine el último de los títulos de crédito, mucho más de lo que parecían vendernos sus primeras secuencias.