La decadencia por la que atraviesa la factoria Disney parece no tener vuelta atrás. Hace unos meses nos enteramos que el último miembro de la familia fundadora de los mágicos estudios dió carpetazo ante "la falta de creatividad" en sus últimas producciones (Roy.E Disney, el sobrinísimo dixit).
Recordemos que esta fábrica de ilusiones animadas no hace números en el box office como antaño. Atrás quedan los bombazos de "La bella y la bestia" (¡nominada a la mejor película!) o "El rey León" por citar dos simbólicos ejemplos, y la Pixar anda pisándole los talones. Si no fuera porque ambas industrias continuan ligadas por contrato en tres proyectos más (uno de inminente estreno), la Disney se encontraría en estos momentos más inanimada que su adorable mentor (malas lenguas hablan de su tiranía... pero esa es otra historia).
Viendo la que se le avecina, la compañía opta por rememorar sus años dorados regalándose así misma un merecido homenaje a toda una vida dedicada a la animación. Para ello, que menos que valerse del tratamiento más tradicional: lápiz y papel. Una vez más, los animales son los protagonistas de la historia. Pero si antes las vacas pertenecían al ámbito secundario -vistas en multitud de cortometrajes sin protagonismo relevante- en "Zafarrancho en el rancho" estas avispadas rumiantes tienen las ubres tan bien puestas que ellas solitas son capaces de salvar la deuda 750 dolares que debe pagar la dueña del rancho "Cachito del cielo" (ahí es nada) para no acabar en la carnicería más próxima. Con la ayuda de un caballo karateka -¿hasta cuándo se exprimirá la cargante escena de Matrix?- buscarán cumplir con su propósito a base de buenas intenciones y bellas canciones (sí amigos y amigas: vuelven a cantar por obra y gracia de Alan Menken; por lo menos se han quitado de encima a Phil Collins).
El resultado es ciertamente desesperanzador y si se tratase de elegir algo realmente divertido, la situación sería francamente difícil. El problema es siempre el mismo: con "Zafarrancho en el rancho" se busca sólo a un niño de teta como espectador potencial, renunciando hasta al público adolescente, mucho más exigente en incorreciones.