Evoca cierto aire gélido en su puesta en escena, algo que propina un duro golpe a una producción cuyo excesivo metraje mina aún más la paciencia del respetable.
Ambientada en un Londres castigado por los estragos producidos por la Segunda Guerra Mundial, En el límite del amor ha sido concebida por su director John Maybury como una retrato social de aquella época a través de la figura del poeta Dylan Thomas. Pero si el espectador creía que este iba a ser un biopic al uso, su sorpresa habrá sido aún mayor puesto que la realidad ha sido bien distinta.
Para empezar, el retrato ensalzador del genial escritor aquí brilla por su ausencia, mostrando por el contrario un boceto insolente, carente de moral y sin atisbo de brillantez. En vez de eso, Thomas se nos presenta como motor de arranque de un conflicto personal que acabará afectando a cuatro personas. En primer lugar, el encuentro fortuito del poeta con Vera (la siempre liviana Keira Knightley), su novia en la adolescencia, propicia el renacer de sentimientos ya olvidados, pero he aquí que aparece el primer escollo con el que lidiar. Ese insalvable obstáculo adquiere la forma de rubia arrebatadora llamada Caitlin (fabulosa Sienna Miller), esposa de Thomas. Pero esto no acabará aquí, dado que al trío se le sumará la presencia de William (Cillian Murphy, actor que ha trabajado con lo mejorcito del cine británico, Loach, Neil Jordan, Boyle...) un soldado inglés que acabará rendido a los pies de Vera.
Tras la presentación de los personajes, el folletín está servido, claro que viniendo del mismo cineasta que exploró la vena más masoquista y compleja del pintor Francis Bacon en el filme El amor es el demonio, su último largometraje sugiere un tono menos almibarado de lo que cabría pensar.
De hecho En el límite del amor se detiene con mayor intensidad en la relación mantenida por Vera y Caitlin, rivales en el juego amoroso y finalmente amigas, relegando en cierta medida el apartado masculino. Sin duda este es el motivo por el que la carga pasional que afecta al género melodramático aquí ha sido eliminada prácticamente en su totalidad, por eso no es de extrañar que el filme evoque cierto aire gélido en su puesta en escena, algo que propina un duro golpe a una producción cuyo excesivo metraje mina aún más la paciencia del respetable.
Con todo, deja entrever cierto poso clásico (los momentos musicales de Knightley acompañados de unos colores potentísimos) que harán las delicias de los amantes del melodrama, aunque es bien cierto que no dejará huella en un espectador que aguantará con aire cansino que las luces de la sala se vuelvan a encender.