Hay en Fish Tank una galería de secuencias que son dignas de reseñarse como ejemplo de narración en imágenes, de concreción y de consecución de objetivos narrativos.
Avalada por un Óscar al Mejor Cortometraje en 2003 por Wasp, la guionista y realizadora Andrea Arnold da un lección en Fish Tank de cómo el talento en el cine puede llegar a tener muy poco que ver con el presupuesto que se maneje.
Curtida en el manejo de historias cotidianas que saca adelante con escasa producción, Andrea Arnold sitúa su segundo largometraje en un paisaje que ya nos es bien conocido por el cine de Ken Loach: el Reino Unido suburbial que la especulación capitalista de los años 80 y 90 dejó repleto de deshauciados del primer mundo, familias desintegradas sin apenas recursos económicos, formación escasísima y trabajos precarios.
Los edificios repletos de angostos dúplex y pasillos exteriores son un territorio natural donde acercarse a estos desheredados. En Fish Tank, Andrea Arnold se aleja de los problemas laborales y de asistencia social que prefiere Loach para tallar con precisión la joya de una biografia, la de una adolescente (Katie Jarvis) perdida en un mundo sin referencias cuya única vía de escape es la música y el baile que practica en solitario.
Conviviendo con su hermana menor y su madre (Rebecca Griffiths) apenas quince años mayor que ella, Mia asiste a la intrusión de un amante de ésta (Michael Fassbender) durante dos semanas en su domicilio. La fascinación que ese elemento masculino ejerce sobre ella vuelca su mundo, luchando entre el rechazo de su presencia y el placer del contacto con una figura masculina fuerte y paternal.
Arnold filma un guión escrito por ella misma con tres únicos recursos visuales. La cámara al hombro, los desajustes de foco y ralentización de la imagen. Con estos sencillos medios consigue describir unos personajes precisos y reconocibles, teniendo que realtar la soberbia definición de la esencia masculina para una adolescente que representa el personaje de Connor.
Cuando Mia parece haber encontrado una referencia y una salida más airosa que la del colegio especial que le tienen preparados los servicios sociales, se enfrentará a un varapalo de Connor, un revés que su inexperiencia le había hecho obviar y que le hará transitar en una sola y magníficamente narrada jornada de la candidez y rabia adolescente a la madurez más áspera.
Hay en Fish Tank una galería de secuencias que son dignas de reseñarse como ejemplo de narración en imágenes, de concreción y de consecución de objetivos narrativos. Una lección de cine. El baile que madre e hija realizan simultáneamente en una de las secuencias finales de la película es una de ellas, un compendio de contención, sintesís y trascendencia de la historia narrada, la de unas vidas paralelas que se han reconocido mutuamente al hilo de una canción. Ni en diez páginas de guión y diálogos se podría explicar mejor.
Si es cierta la máxima de que el mundo entero está en cualquier parte para quién sabe verlo, Andrea Arnold ha demostrado que ella no sólo es una de esas privilegiadas que lo vislumbra, sino además que tiene la capacidad de contárnoslo de un modo soberbio.