Para empezar, un título malo. Ezra Pound estableció que en poesía cuanto más concretas son las metáforas funcionan mejor. Lo mismo se puede decir para un título. Cuánto más abstracto, menos nos dice del contenido. A veces las abstracciones son una solución para cuando no hay contenido.
La trama de Envidia bien podía pertenecer a una película de Woody Allen, el tratamiento de los personajes seguro que no. A pesar de Ben Stiller y Jack Black, no consigue ser ni gamberra ni inteligente. Otra gallo hubiera cantado si el director del circo, y más aún si el protagonista, se hubiera llamado Allen. Con él dentro, es muy posible que la comedia hubiera alcanzado las cotas de delirio e inteligencia que se proponía.
Envidia es una demostración de que lo que Woody Allen suele hacer año tras año no es tan fácil como parece. Puedes tener la idea original, puedes tener a los actores. Pero si tu guión no está plagado de pequeños detalles que den forma, humanidad y gracia a cada uno de los personajes, entonces no tienes nada. Steve Adams, guionista, da la sensación de qué no sabe lo que es una mujer. Prefiere volcarse en la amistad entre Tin Dingman y Nick Vanderpark, que efectivamente funciona durante el primer cuarto, pero no da para 100 minutos. Un equipo creativo más lúcido hubiera mirado un poco mejor a las mujeres, aunque fuera tan solo para hacerlas reales. Lo cierto es que de lo último que se puede acusar al director Barry Levinson (Rain Man, Toy Story), es de tontería. Pero sin historia, ya se sabe. Al menos el principio de la cinta está fantásticamente rodado.
Comercialmente descansa en el tirón de Ben Stiller para las comedias, pero en ésta el astro pincha. Parece que para que su pardalismo haga reír necesita tener al lado un tipo duro e intimidatorio, como De Niro en El padre de la novia, o Christopher Walken (El hombre J) en esta cinta, sin duda la aparición más agradecida.
Aquí Stiller se junta con otra oveja, Jack Black. Y entre los dos lo único que hacen son dos ovejas juntas.