Volvemos a adentrarnos en un universo extraño, con criaturas asombrosas, una protagonista excepcional y unas aventuras de larga duración en un mundo de ensueño.
No deja de resultar sorprendente que la filmografía de Hayao Miyazake esté siendo estrenada en nuestras salas como si de una cronología inversa se tratara. Hace apenas unos meses podíamos disfrutar de Mi vecino Totoro, realizada en 1988. Ahora podemos apreciar una obra anterior a la citada, Nausicaa del valle del viento, cuya fecha de producción nos remite a 1984. El motivo no es otro que una operación comercial bien orquestrada por la que los filmes del director nipón están teniendo un estreno comercial previo a su edición en DVD, estrategia que, por otro lado, no deja de resultar afortunada para los seguidores de este peculiar creador de sueños.
Miyazake fue conocido por el gran público con el estreno internacional de El viaje de Chihiro, filme que recibió honores y galardones allá donde fue exhibido y creó una nueva legión de aficionados de Miyazake, agrandando el séquito que ya le había conocido con obras como La princesa Mononoke o El castillo ambulante, todas ellas fantasías coloristas que desplegaba toda una maquinaría técnica perfecta.
Con la cinta que nos ocupa, volvemos a adentrarnos en un universo extraño, marca de fabricación del realizador, con criaturas asombrosas, una protagonista excepcional y unas aventuras de larga duración en un mundo de ensueño, amenazante y peligroso por un lado; bondadoso y acogedor por otro. Y es que los filmes de Miyazake siempre presentan extrañas dicotomías encuadradas en los diáfanos estadios del bien y del mal. Sus criaturas nunca son decididamente benignas ni tampoco son radicalmente malvadas. Incluso se podría decir que en sus productos nunca se puede adivinar el comportamiento esencial de sus personajes. Pueden tener una voluntad de hierro y, de pronto, quebrarse a mitad de camino; pueden ser de gran ayuda y actuar en contra de su benefactor.
Esto es ni más ni menos Nausicaa del valle del viento, puro Miyazake, delirante y perverso. Uno más de sus filmes que descubrimos con increíble tardanza pero que se mueve dentro de sus parámetros esenciales. Como tal, es otra de esas maravillas para deleitar mente y sentidos aunque aquí la ausencia de su asombrosa técnica animada se hace notar en cada fotograma. Casi 25 años separan esta producción de su última alegría, Ponyo en el acantilado, donde su toque majestuoso se presenciaba en todo momento.
Nausicaa no lo posee en el sentido que su virtuosismo no alcanza tal nivel, pero sigue siendo otra obra inmensa, sentidamente bizarra, que agarra con fuerza los brazos de quien la observa para lanzar una diatriba ecologista sobre el planeta, discurso tan en boga estos días. Miyazake demuestra una vez más, y en sentido retroactivo esta vez, que ya era un maestro antes de que su nombre brillara con luz propia.