Si algo diferencia a esta de otras cintas es la especial desgana.
Contrariamente a lo que podría concluir cualquier espectador con un mínimo sentido del gusto y sometido a una pequeña dosis de comedias románticas, el género no tiene por qué ser absolutamente detestable. Puede llegar a ser efectivo, digno incluso, si un mínimo de intención y talento se cruzan por el camino y quedan esparcidos por el metraje.
No obstante, hay un elemento que condena particularmente al género y lo convierte en presa especialmente fácil de la mercadotecnia: su forma de entroncar ficción con el detestable mundo del corazón. Es decir, demasiado a menudo se limita a coger celebridades y presentarnos sus romances ficticios (¿los hay reales en su mundo?), con una mayor nitidez y estética de lo que nos tiene acostumbrado la visceral telebasura que condena nuestros televisores. Todo con sus cancioncillas de radiofórmula como banda sonora. Y a por la siguiente.
Con El Plan B estamos ante una muestra de cómo el talento o la clase a veces no aparecen porque parecen estar vetados de antemano. Porque alguien en la distribuidora debía tenerlo, y la muestra es su mismo tráiler, que sin ser ningún prodigio promocional es capaz de encontrar ritmo y provocar gags donde los 100 minutos del largometraje no.
La simple sinopsis, es una vana excusa: chica no logra encontrar al chico de su vida y opta por inseminación. Queda embarazada justo antes de conocer al que va a serlo. Hala pues.
Si algo diferencia a esta de otras cintas (con su estructura típica de momentos embarazosos, superación de obstáculos, dudas de ida y vuelta…), es la especial desgana con que parece querer imitar vagamente a otras cintas rentables en taquilla. Cintas que, mayoritariamente mediocres, quedan como genialidades dignas de sesudos estudios cinéfilos comparadas con la que nos ocupa. Por si fuera poco, con el mal gusto de hacerlo por encima de los estrictos 90 minutos, obligándonos a resistir hasta el final por el efecto hipnótico que las malas películas tienen en los críticos tenaces.
Cabe suponer que la experiencia televisiva de guionista (Kate Angelo: Will y Grace, Becker…) y director (Alan Poul: Roma, Seis metros bajo tierra…) topó de bruces con problemas de adaptación al formato, apatía hacia el proyecto o imposiciones propias de una de esas producciones que contentas con contar con la diva, se quedan sin presupuesto ni para posavasos. Por si alguien se lo pregunta, Jennifer López, en el papel de personaje superficial, cumple a la perfección con las limitaciones de lo poco que se le exige. Pasear, enamorarse, indignarse… El resto del plantel podrían integrarlo figuras de corcho y tanto daría: los momentos en que el frikismo o la escatología tratan de ganar presencia, lo hacen entre los bostezos de un público condenado a aborrecer lo que sucede en pantalla. En su lugar, lamentablemente, la audiencia propia de estos subproductos puede incluso que encuentre algo de lo que busca. Vivir para ver.