Héctor Carré, artífice de esta inquietante producción patria llamada La promesa, y la todoterreno Carmen Maura se conocieron en el rodaje de Lisboa de Antonio Hernández, donde el primero hacía las veces de ayudante de dirección. En ese momento saltó la chispa entre ambos y surgió este drama psicológico para que la gran estrella Maura brille en su máximo esplendor.
La acción discurre por tierras gallegas, con un viaje iniciado por Gregoria (portentoso alarde interpretativo de la actriz protagonista) que huye de las palizas propinadas por su marido. Gregoria comienza una nueva vida escondida bajo otra identidad, cuando conoce al hijo de una acomodada familia. En un abrir y cerrar de ojos, la amable ama de casa se introducirá de lleno en sus vidas sin que estos sepan que bajo esa apariencia de buena persona, Gregoria esconde oscuros secretos.
En su tercera incursión tras las cámaras, Carré acompaña al espectador por caminos pantanosos donde la realidad aparente juega malas pasadas y una delgada línea separa la locura de la cordura. Apoyado en reconocibles recursos narrativos -alteraciones mentales, el fervor religioso llevado hasta sus últimas consecuencias y ayudado por esa imaginería compuesta por Cristos y vírgenes que ponen los pelos de punta- el cineasta se las ingenia para crear una atmósfera incómoda sólo superada como recurso por el gran talento de sus actrices. Así, Ana Hernández en el papel de mujer de clase alta se mantiene a la altura interpretativa de su partenaire femenina, quien a su vez realiza una completísima labor con un personaje al borde de la locura diseñado para su propio lucimiento, aprovechando al máximo todos los matices que puede ofrecer.
Pero el éxito del filme no se concibe apostando por una sola baza -que a estas alturas ha quedado claro que es la interpretativa- así que la credibilidad conseguida en este terreno se diluye pronto ante un desarrollo narrativo algo convencional, casi telefílmico, restando validez al conjunto de la tragedia. En ella se hilvanan dos hilos argumentales claros -el acuciante problema de los malos tratos y los brotes esquizoides de su protagonista- que se precipitan hacia una recta final un tanto desangelada. En cualquier caso, La promesa posee atractivos hallazgos que no desmerecen del todo la propuesta.