Logra captar algunos momentos de verdadera emoción por ser la cristalización de sentimientos reales.
Como anuncia su título Son & Moon: diario de un astronauta, estamos ante un documental planteado como si de un diario de abordo se tratara, filmado por su propio protagonista y relatado desde el medio espacial. En él, nos acercamos a Michael López-Alegría, el astronauta español que trabaja para la Estación Espacial Internacional y que se embarca en una misión por la que tendrá que pasarse varios meses surcando la gravedad con un equipo de astronautas. En un momento determinado se le pregunta "¿Cómo es posible separarse de la familia durante tanto tiempo?" El héroe responde con tan sonora sentencia: "porque el cumplimiento de un sueño implica siempre un sacrificio".
Rodada con cámaras digitales, Manuel Huerga se ha zambullido en este proyecto, ejerciendo de hombre orquesta, para captar la distancia que aleja a un hombre de su mujer y de su hijo pequeño. El realizador, declarado admirador de 2001: una odisea en el espacio, parece querer aportar, en su propia medida, una visión de la soledad del ser humano cercana al universo de Kubrick. El filme se acerca ideológicamente, en más de una ocasión, a la filosofía de la canónica obra en forma de documental simplificado. Quizá esta afirmación sea difícil de entender y resulte un tanto gratuita aunque el paralelismo se puede percibir perfectamente con el visionado de la pieza.
A través de su metraje, trazado a modo impresionista, se narran varias líneas argumentales: los vínculos que establecen los tripulantes que acompañan a López-Alegría en su travesía; los procedimientos técnicos de la maquinaria que les rodea y sus labores diarias, que resultan del todo incomprensibles e incluso vacuas para el espectador medio no experto; y la relación por videoconferencia que mantiene el protagonista con su esposa y primogénito. Es en este último aspecto donde la obra logra captar algunos momentos de verdadera emoción por ser la cristalización de unos sentimientos reales.
De sus 90 minutos de duración, el 90% de sus imágenes se encuentran inundadas por una bellísima y soberbia banda sonora, cortesía de Micka Luna, quien ha compuesto varias piezas cercanas al minimalismo para otorgarle a la obra una poderosa sensibilidad. Con símiles referenciales a Yann Tiersen o Michael Nyman, Luna dota el documental de una halo espectral de melancolía que casa a la perfección con cada una de sus ideas, con cada uno de sus personajes.
El filme, además, intercala fotogramas del planeta de singular belleza que, de tan magníficas, podrían pasar por irreales o modificadas. Por supuesto, también se aprovecha la panorámica del globo y del universo para ofrecer bellas postales que, además, realizan la función de estructurar las secuencias. La culminación de este viaje a ninguna parte es la ascensión a la propia nada porque es el sueño mismo de todo astronauta: salir de la nave para transitar el espacio exterior.