A partir de la primera hora de metraje comienza a pesar la parsimonia de la historia.
Suele resultar difícil encontrar entre los estrenos norteamericanos de corte romántico alguna cinta que intente epatar, llegar más allá de los límites del mero entretenimiento cómico-amoroso para sentar cátedra y quedar marcado en las retinas de los espectadores. No es precisamente Two lovers el título que vaya a cambiar la tendencia, pero al menos es de agradecer su singularidad.
El protagonista de la historia es Leonard (Joaquin Phoenix), un treintañero neoyorquino que sufrió un importante desengaño amoroso justo cuando estaba a punto de contraer matrimonio, y que recientemente ha regresado a vivir al piso de sus padres. En su camino se cruzarán dos mujeres que pugnarán por ocupar un puesto en su vida. Por un lado Sandra (Vinessa Shaw) representa la seguridad de una boda judía tradicional y la continuidad del negocio familiar, pero también los convencionalismos y la conformidad con lo que viene en mayor o menor medida impuesto desde el exterior.
Por otro lado, Michelle (Gwyneth Paltrow) es una vecina que mantiene una relación con un hombre casado, pero cuya belleza y desparpajo deslumbrarán a Leonard, que desde el primer momento se verá más atraído por una fémina que obviamente supone una apuesta mucho más arriesgada –y asimismo más difícil de conseguir– que su otra opción romántica.
El arranque del filme suma unos cuantos puntos a su valoración final, ya que nos mantiene en la incertidumbre, dosificando la información y provocando un buen número de preguntas que en muchos casos no tendrán una respuesta clara. Las sombras que predominan en la fotografía de la película también planean sobre los personajes principales, creando un aura de pesimismo constante durante las casi dos horas de proyección.
Hay que destacar las cuidadas interpretaciones, sobre todo de un Joaquin Phoenix que bascula entre el desparpajo y la depresión, y que logra cargar sobre sus espaldas con gran parte del peso de la historia. Tampoco conviene desdeñar el buen hacer del cineasta James Gray (La noche es nuestra, La otra cara del crimen), quien además de una puesta en escena desangelada y melancólica sabe crear un ritmo adecuado, sobrio y elegante, para lo que se nos pretende narrar.
Sin embargo, conviene advertir de que a partir de la primera hora de metraje comienza a pesar la parsimonia de la historia –quizá no suficientemente rica como para rellenar tantos minutos–, así como la previsibilidad del argumento en líneas generales (incluso la desoladora conclusión es muy esperable). Las expectativas creadas al principio no acaban de verse satisfechas del todo, y nos ponemos a darle vueltas a la escasa credibilidad de tener a un trío protagonista que sobrepasa sobradamente los treinta años de edad, pero cuyos comportamientos a veces se nos antojan más propios de adolescentes enamoradizos de otro tipo de películas.
Aun así, hay que apreciar que en los tiempos que corren se haya optado por realizar un melodrama de corte clásico que cuenta con algunos momentos de lograda efectividad.