No llamaba la atención el trailer de esta película, y sin embargo es lo mejor que tiene. Antes de acudir al cine tenía miedo de que se tratara de otro de los peñazos a los que nos tiene acostumbrados últimamente Robert Redford. En realidad, es el mayor todos ellos.
El actor no tiene culpa, pues ni dirige ni escribe el filme, al menos según los títulos de crédito. Pero sin duda este proyecto no hubiera salido adelante sin él.
Eso sí, la cinta destila mucha seriedad, en los planos, en las pausas, los silencios y la fotografía de Denis Lenoir. Si no fuera por eso, no tendríamos nada.
Se intuyen un par de relaciones interesantes, como la de secuestrador y secuestrado, y la de marido y mujer. Pero como el guionista opta por los silencios a falta de ideas, el público no encuentra nada a lo que agarrarse para sobrellevar con dignidad los 91 minutos de su duración. El único que se las apaña para sacar provecho de tanto vacío es Willem Dafoe, que se muestra a pesar del tedio como el gran actor que es.
Todos queremos mucho a Robert Redford, pero ha llegado al límite a la hora de vender cine simplemente porque sale en la película. El cine de verdad es cosa de cuatro, y si hubiera que juzgar por esta producción Robert Redford, Justin Haythen (tiene excusa, es su primer guión) y Pieter Jan Brugge, (también la primera vez que dirige, pero como además produce éste no tiene excusa) no se dedican a ello. Es de esperar que a Redford le hayan pagado bien y no vuelva a hacer algo así en mucho tiempo.