Un ejercicio post-pop de resurrección y reorganización, al gusto del siglo XXI, de las cualidades primigenias que ostentaron las leyendas antes de devenir glorificadas, petrificadas y cosificadas por el uso y el abuso.
Es una lástima que, pese a las previsiones, Kick-Ass no haya satisfecho en Estados Unidos las expectativas de taquilla depositadas en ella; algo que suponemos se agudizará en países de por sí no tan afines a los superhéroes como los anglosajones.
Y es que nos hallamos ante una adaptación muy inteligente del cómic homónimo creado por Mark Millar y John Romita Jr., aunque puede que no por voluntad coherente de su máximo responsable, el director Matthew Vaughn (Layer Cake, Stardust).
En tanto historieta, Kick-Ass (en plena publicación) está desmitificando la épica y la fantasía asociadas habitualmente a los comic books, al ceñir las aventuras del adolescente Dave Lizewski —empeñado en ejercer como justiciero enmascarado sin poderes especiales de ningún tipo— a un realismo estricto.
Apuesta creativa que tiene por objeto criticar la idea inmadura de la posible conciliación entre arquetipos tan primarios como los superheroicos y las complejidades de la existencia, irrealizable salvo que se opte por una alienación que Millar y Romita Jr. tachan de patética y desquiciada.
Matthew Vaughn ha declarado que, también como cine, Kick-Ass ha pretendido ser realista: “No hay nada en ella que no pudiese pasar en la vida de cualquiera. Fue la regla que impuse”. Más allá de lo discutible de esa afirmación a la vista de ciertas situaciones planteadas en su película, lo cierto es que el pretendido realismo de una obra de arte viene definido por los trazos argumentales y formales con que se concreta…
Y, si los empleados por Millar y Romita Jr. hacen verosímiles las peripecias de Kick-Ass, sus aliados Big Daddy y Hit Girl y su proyecto de némesis Red Mist, los que aplica Vaughn están a años luz de una realidad empírica en la que duelan los golpes, vestir de goma y lycra deje en ridículo, y la muerte no sea subsanable en el número siguiente.
El Kick-Ass de Vaughn es, como ha manifestado a otros medios contradiciéndose, “una carta de amor postmoderna a las películas y los cómics de superhéroes”. Es decir, una cinta que aspira a insuflar vida propia al saqueo indiscriminado de innumerables manifestaciones de la cultura popular contemporánea (Internet, videojuegos, cine, viñetas) con que ha sido conformada.
La chillona paleta cromática, los encuadres milimétricos y asépticos de Vaughn, las calles retratadas como decorados desiertos, las crípticas interferencias de dibujos y música pop en los fotogramas, los constantes vaivenes entre factores naturalistas y descaradamente teatrales, no cimentan una realidad tangible contra la que habrían de estrellarse las amorfas aspiraciones de Dave Lizewski, sino que intentan articular una hiperrealidad cultural (nuestra auténtica realidad) congruente, en la que Dave logrará sentirse emocionalmente integrado tras superar un violento y ambivalente rito de paso.
No parece casual la insistencia visual por parte de Vaughn en unas litografías sobre revólveres creadas por Andy Warhol a principios de los ochenta, que adornan el despacho del villano mafioso de Kick-Ass (Mark Strong) y que representan “estereotipos impersonales que Warhol asume como inevitables, haciéndose eco de nuestra preferencia por la leyenda glorificada antes que por la realidad de nuestras experiencias inmediatas; de modo que la leyenda se convierte en tópico y, finalmente, queda despojada de las mismas cualidades que en principio nos atraían” (Edward Lucie-Smith).
Millar y Romita Jr. han intentado que volvamos a apreciar el valor, siquiera traumático, de las experiencias inmediatas a que se refiere Lucie-Smith, lo que liga su cómic a films como Special (2006), Defendor (2009) o incluso la precursora Mistery Men (1999). Vaughn ha optado por un ejercicio post-pop de revitalización y redimensión, al gusto del siglo XXI, de esas cualidades primigenias que ostentaron las leyendas antes de devenir glorificadas, petrificadas y cosificadas por el uso y el abuso. Del revólver, al bazooka. Lo que nos remitiría a El Protegido (2000), Los increíbles (2004) y Watchmen (2009).
Kick-Ass es una película imperfecta, incluso discutible en muchos aspectos, y sin embargo muy recomendable para los interesados en las derivas de la cultura popular y su interrelación con nuestra manera de estar en el mundo.