Una película que ha logrado superar sin problemas el dictamen de los censores iraníes, probablemente por ser demasiado sutil para ellos.
Antes de adentrarnos en la crítica del cuarto largometraje del director iraní Asghar Farhadi, conviene recordar que, a la hora de escribir estas sus primeras líneas, dos de sus colegas y compatriotas —Mohammad Nourizad y Jafar Panahi— están presos y en huelga de hambre por sus discrepancias con el sórdido gobierno de los ayatolás y su brazo ejecutor, Mahmud Ahmadineyad.
Es un ejemplo bien ilustrativo de las miserias estatalistas que asolan desde hace ya demasiado tiempo la creación artística en aquel país, como denunciaba la reciente Nadie sabe nada de gatos persas (Bahman Ghobadi, 2009). A propósito de Elly logró superar sin problemas el dictamen de los censores iraníes, probablemente por ser demasiado sutil para ellos; pero los premios que ha obtenido en los Festivales de Tribeca y Berlín dan una pista sobre las ambiciones sociopolíticas del film, más allá de su adscripción al género del thriller dramático.
En efecto, A propósito de Elly se desarrolla superficialmente como una intriga coral: durante las breves vacaciones de un grupo de amigos, desaparece el único elemento ajeno, una joven profesora a la que apenas conocían los demás y a la que pretendían emparejar con uno de ellos. La inexplicable ausencia de Elly (Taraneh Alidousti) hará aflorar entre quienes aguardan su reaparición una retahíla de prejuicios y amenazas latentes, que habrán de escoger si desactivan por el bien de su integridad individual, o si soslayan en nombre de la supervivencia como colectivo.
Farhadi combina con suma precisión su interés por todos y cada uno de los personajes, por la naturaleza de sus relaciones dentro de la casa en la que transcurre el grueso de la acción, y por un difícil equilibrio dramático entre lo que se dice y lo que se calla. La tensión no decae en ningún momento, las interpretaciones son excelentes, y la realización es a la vez transparente y sugestiva, perfilando un retrato de los iraníes muy diferente al que se nos brinda habitualmente.
Pero, por supuesto, Elly representa muchas cosas. Especialmente una disrupción en el microcosmos que conforman los demás protagonistas, simbólico de un macrocosmos tradicional y represivo que amenaza con saltar por los aires en cualquier momento. No parece casual que A propósito de Elly establezca una dialéctica visual entre el espacio cerrado en que se confinan los personajes y el inabarcable océano, ni que se remita claramente, como ya han señalado otros críticos, a una de las cumbres de la historia del cine, La aventura.
Porque, si en el film que dirigió en 1960 Michelangelo Antonioni, la desaparición de Anna (Lea Massari) ponía el acento “en otra desaparición, menos perceptible, que obsesiona a los restantes personajes y que está relacionada con su existencia en común” (Pascal Bonitzer), otro tanto cabría decir de la desaparición de Elly en la cinta de Asghar Farhadi. En Antonioni, la ausencia de Anna daba lugar a un argumento metafísico. En Farhadi, a uno social. Una y otra película son incomparables: el talento y la ambición del director iraní no están a la altura de Antonioni. Pero ello no supone un gran problema. A propósito de Elly es una película valiosa en sí misma considerada.