Tenemos la suerte de que a algunos de nuestros directores, cuando parece que el fuelle del cine se les acaba (la lucha con la escritura del guión, la maratón de los rodajes, el aburrimiento de las promociones...) aún les queda cuerda para seguir creando, por ejemplo, literatura.
Manuel Gutiérrez Aragón, el realizador cántabro autor de la magnífica La mitad del cielo, ha abandonado el cine y a cambio nos promete una carrera literaria que habrá que seguir con atención. Su primera novela, La vida antes de marzo, resultó vencedora del Premio Herralde de Novela 2009.
Pero quién nos interesa hoy es José Luis Borau. Borau es un director aragonés poco conocido por las generaciones más jóvenes, aunque es frecuente verlo en las galas de los Goya en virtud de alguno de los cargos que ha ocupado. Su filmografía es intensa y dispar. Su obra más conocida y con más influencia, incluso con huella en algún director extranjero, es Furtivos, un drama rural no apto para mentes políticamente correctas.
José Luis Borau también es un excelente escritor. Ha sido crítico y estudioso cinematográfico cuyos textos se han compilado en varios tomos como Diccionario del cine español, La pintura en el cine, el cine en la pintura o Cine, arte y artilugios en el cine español. Con su primer libro de relatos, Camisa de once varas, obtuvo el prestigioso premio Tigre Juan que señala la mejor ópera prima del año. Su calidad con el lenguaje le ha llevado a ocupar el sillón B de la Real Academia Española de la Lengua, en sustitución de Fernando Fernán-Gómez.
Como casi todas las actividades de masas (el fútbol, los toros, la comida...) el cine ha ido dejando a lo largo del tiempo también su impronta en nuestra forma de hablar, aunque ni sospechemos el origen cinéfilo de lo que decimos. Borau se ha encargado de recordárnoslo en su último libro, Palabra de cine.
Denominar "rebeca" a una chaqueta fina de punto no tiene otro origen que la película homónima de Alfred Hitchcock, en la que la frágil Joan Fontaine aparecía con esta prenda. Como origen cinéfilo tiene también llamar "charlotín" a alguien con tendencia a meter la pata, o "morir con las botas puestas" cuando vas a dejarte la piel en alguna actividad hasta conseguir tu objetivo.
O "ir a ver el cine de las sábanas blancas", que se decía a los niños invitándoles a irse a la cama cuando una película no tolerada aparecía en los televisores bajo los alarmantes dos rombos. O "hacerte luz de gas" cuando alguien te quiere hacer pasar por loco como en la extraordinaria película interpretada por Charles Boyer e Ingrid Bergman.
Y qué decir de los ripios como "no te enrolles, Charles Boyer", "corta el plan, Cary Grant" o "la cagaste, Burt Lancaster" que luego popularizo mucho más el grupo Hombres G. Todos ellos requiebros castizos que se han usado en el habla coloquial para pasmar a nuestro interlocutor.
Lo bueno del libro de José Luis Borau es que no es una enumeración, ni un compendio, ni un estudio gramatical o semántico de la influencia del cine en la lengua española. Es un libro ameno, escrito con humor y sabiduría por alguien que ha vivido el cine en casi todas sus vertientes y que es consciente de su enorme influencia.
Palabra de cine también homenajea a Miguel Mihura, uno de los genios que ha dado el cine y la literatura española y que, Borau nos recuerda, es el culpable de que las películas de los hermanos Marx en español fuesen inteligibles y casi más divertidas que en su versión original. A Mihura le debemos muchas cosas, como la existencia de las frases "La parte contratante de la primera parte..." o "¡Más madera! ¡Es la guerra!".