En la Barcelona de 1913, año en el que se inventó el sujetador, el éxtasis –en pastilla, el de Santa Teresa ya existía antes- y los crucigramas, justo antes de la Primera Guerra Mundial, sólo unos pocos “avanzados” tenían curiosidad por una nueva ciencia que acaba de nacer con el siglo, de la que un hombre bajito y con barba era su laico apóstol. Aquélla persona era Freud y la ciencia que proponía era la misma que llevaría a Woody Allen, varios lustros después, a tumbarse en un diván allá en el lejano Manhattan.
Y es que el psicoanálisis es la peana en la que se desarrolla la nueva película de Joaquín Oristrell, uno de los guionistas-dinosaurios del cine patrio. Su extensa obra como “escritor de películas”, no le ha impedido una amplia carrera como director de eso que algunos pedantes con ínfulas culturetas llaman “films”. En este su quinto largometraje, el autor catalán cuenta una historia de amor, mentiras e incestos en una época en el que algunos avanzados comenzaban a indagar sin vergüenza entre los profundos laberintos de nuestra sexualidad.
“Inconscientes” es a la vez, una película hecha a la medida de Leonor Watling y Luis Tosar, un par de los grandes nombres del cine español actual –no digo del “star system” porque aquí nunca ha habido de eso ni creo que exista jamás-. Una película a la que, desgraciadamente y como al noventa por ciento del cine actual –no español, sino mundial- le falta valentía y le sobra metraje, ya que da la sensación de que hay más de una secuencia –y de dos, y de tres- que podrían ser totalmente prescindibles, que su desarrollo sobre la pantalla no ha hecho más que hacer el viaje que es toda cinta más largo e incómodo, algo que salvo que seas Francis Ford Coppola es difícil de manejar como director.
Así, “Inconscientes” se queda en correcta, una definición que el abajo firmante ya empieza a usar con demasiada frecuencia, no por falta de vocabulario, sino por cansancio de ver producciones que se podrían haber rodado hace cuarenta años, con un desgano por la innovación formal preocupante. ¿Estamos sufriendo una estandarización, un homenaje “inconsciente” al clasicismo o simple estancamiento formal? El tiempo –yo no- lo dirá.