Tercera parte de Pitch Black, película a la que siguió una versión animada subtitulada Dark Fury (ambas puestas a la venta en DVD recientemente), Las Crónicas de Riddick retoma el escenario de ciencia ficción con el que David Twohy logró una buena acogida en el que fue su segundo trabajo tras la cámara, dirigiendo uno de sus propios guiones. Antes se había limitado a acompañar a otros realizadores como guionista con textos como los de El Fugitivo, Velocidad Terminal o la más que cuestionable La Teniente O’Neil.
En esta ocasión, repite con Vin Diesel en uno de los papeles que permitió al primate alzarse como la herencia moderna de corte bakala de Silvestre Stallone, pretendiendo con la continuación evolucionar los rasgos de sus dos anteriores partes especialmente en cuanto a la épica de los personajes y en cuanto a una atmósfera salida de sueños futuristas. Para ello, puesto que ya se había puesto de manifiesto en la Dark Fury animada las aspiraciones de acercarse al estilo visual de Matrix (se dejaba notar el estilo de Peter Chung, responsable de “Animatrix. El Último Vuelo de Osiris”) ahora se avanza en el moldeado de decorados de un universo repleto de planetas oscuros y personajes inquietantes que deben servir para ambientar una lucha con el destino.
Por algún motivo, las aportaciones de diseño de producción de Holger Gross (Stargate, Soldado Universal) si bien dan en apariencia todo lo que deben -construcciones sólidas, escenarios contundentes y todo aquello que debe contribuir a crear un espacio propio-adolecen de una cierta falta de lo que podríamos llamar carisma. No calan ni impresionan. Puede ser la consecuencia de un guión que sin caer en excesos o en el sopor, tampoco provoca emoción alguna, en que la empatía con los que caen es nula. Ese supuesto anti-héroe solitario al que el destino le obliga a pelear por una causa ajena (y que se permite el lujo de afirmar “esta no es mi lucha” rozando la cita del olvidado Rambo) no consigue que sus hazañas o sufrimiento despierten más interés que el de sus contendientes. Su extraña fortaleza, su visión en la oscuridad, esas gafas de buceo ennegrecidas que forman junto al exceso de esteroide sus rasgos diferenciadores, no lo sacan del grupo de personajes de entre los que se rodea, y en ningún momento crea –ni él ni ellos- un vínculo con el espectador.
Posiblemente, inmerso en la trilogía, participando de alguna forma más entregada y voluntariosa de sus pretensiones de ficción, de crear un universo en lucha huérfano de Darth Vader y pasando por alto a un protagonista que no puede alejarse de las competiciones de Tunning o del culto al tripi discotequero, esa falta de cercanía se reduzca. La falta de pulso, lo dilatado de un proceso de fuga del planeta de Crematoria en donde toda la atención del diálogo se ha centrado en una permanente exhibición de farruconería de barrio bajo del señor mazas, pillará a los demás algo desvinculados. Viendo todo ese ejercicio de visionado infográfico cimentado en grandes decorados plásticos, apreciando como las figuras más lejanas en planos abiertos se intuyen excesivamente poligonales e irreales, se puede concluir que no se diferencian mucho de las que ocupan el primer plano. Tal vez sea porque conozcamos demasiado otros futuros alternativos. Tal vez porque Las Crónicas de Riddick bebe en exceso de ellos.