Rabia intenta hacer un discurso a varias bandas que para ser efectivo quizá hubiera necesitado un director más experimentado
Bastaría una sola frase para definir lo que Rabia cuenta. No es original de este redactor, lástima, pero ahí va: "Amar es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad."
Rabia es la tercera película del realizador ecuatoriano Sebastián Cordero, en una carrera que parece estar midiendo mucho, pues hace diez años de su ópera prima Ratas, ratones, rateros. Se trata de una coproducción entre México, España y Colombia, entre cuyos artífices se encuentra Guillermo Del Toro desde su compañía Tequila Gang.
Cordero adapta junto al novelista Sergio Bizzio la novela homónima de éste, la historia de una pareja de inmigrantes que se enfrenta a un entorno hostil donde intentan fraguar una relación estable. Lamentablemente, a la parte masculina de la pareja, José María (Gustavo Sánchez Parra), le sobrepasan los desagravios de los españoles a su alrededor, y su mezcla de celos y rabia termina en varios sucesos violentos que le hacen fugitivo de la policía.
Para escapar de su situación, Jose María se oculta en el desván olvidado de la enorme casa señorial donde trabaja Rosa (Martina García), su amada, y permanece allí escondido varios meses. La observación desde la penumbra de lo que le sucede a Rosa, también en cierto modo atrapada por esa familia y en esa casa por su situación de inferioridad social, no hace más que empeorar la situación de José María que, desde su condición fantasmal, sigue perpetrando las peores acciones para protegerla.
Rabia intenta hacer un discurso a varias bandas que para ser efectivo quizá hubiera necesitado un director más experimentado que Sebastián Cordero. Intenta una denuncia de la situación esclava en la que se desenvuelven la mayoría de los inmigrantes de nuestro país; también intenta señalar la decadencia de la sociedad española retratada en una familia y un caserón viejo que vivió otros esplendores pero que ahora sólo es un puñado de rentas desperdiciadas. Y por último, intenta lograr un suspense y un retrato psicológico del desequilibrio que nunca consigue intimidar al espectador.
A pesar de contar con una producción sencilla pero bien solventada y un reparto muy sólido que podría haber hecho maravillas con un guión y una planificación más estudiados, Cordero se pierde en un batiburrillo de secuencias con steady-cam por los pasillos de la casa, desperdiciando los personajes y los momentos significativos de una trama con posibilidades para tocar varios géneros y temas de calado.
Nos queda al final sólo un historia de cierta solidez, pero algo simple y ya conocida: la del sacrificio de un padre por proteger a su familia hasta más allá de su propias fuerzas, cuyo resumen no es otro que esa frase del filósofo alemán Leibniz escrita en el primer párrafo que describe una de las combinaciones secretas de nuestro ser.