Resulta problemática a la hora de enmarcarla en algún género dado que todos se le han quedado grandes.
En un momento en el que la realidad es salpicada por toda clase de catástrofes que a más de uno le ha hecho pensar que el día del juicio final se acerca (ya saben, el mundo se acaba en 2012), Hollywood no podía ser menos así que estos últimos años se ha puesto a engrasar la maquinaria haciendo caja a costa de los miedos que atenazan a la humanidad.
Ya el póster de Legión debería alertar -un tipo con alas enormes metralleta en mano- pero no obstante, intentando dejar a un lado los prejuicios ante la masiva y perjudicial afluencia de films apocalípticos(2012, El libro de Eli, Terminator son sólo algunos ejemplos) es posible intentar dejarse llevar por este “sesudo” género.
Tan sólo cinco minutos lleva entender a qué se enfrenta uno entonces: a uno de los espectáculos más bochornosos del 2010.
El debutante Scott Stewart recurre, como no podía ser de otra manera, a los tópicos del género para crear un producto de mercadotecnia que abusa de la buena fe del espectador regalándole un pastiche con referencias tan sabidas como la lucha entre el bien y el mal como telón de fondo, excusándose en el nacimiento de un niño como única solución para la supervivencia. ¿Les suena?.
Su enigmático argumento no tiene desperdicio: una legión de ángeles malvados es enviado por Dios para el total aniquilamiento de la humanidad. Pero el arcángel Miguel (Paul Bettany, ya va siendo hora de despedir a quién le aconseja papeles) se niega a acatar sus órdenes así que decide caer en una gasolinera de mala muerte en medio del desierto para armar a los clientes que se encuentran allí y así acabar con los ángeles exterminadores. Bravo.
Desde el principio, Legión ya resulta problemática a la hora de enmarcarla en algún género dado que todos se le han quedado grandes. Ni ciencia ficción -algunas referencias invitan a pensar ligeramente en Terminator- ni película de zombis -déjalo Scott, tampoco te pareces a Sam Raimi- ni siquiera dentro del filme de acción atina esta pretenciosa cinta cuya mediocridad ha traspasado los límites de lo soportable. El filme hace alarde de momentos de trascendencia (los encuentros entre los dos arcángeles) sin darse cuenta de que el guión que llevan entre manos provoca más sonrojo que otra cosa. Pero lo verdaderamente triste es que el supuesto espectáculo festivo de efectos especiales que suele prometer este tipo de productos -de hecho su director es un experto en la materia- tampoco llega a cuajar en un filme oscuro por momentos, agobiante en tantos otros y tedioso en su mayor parte. Lo dicho, Hollywood ha tocado fondo... y sigue cavando.