Michel Vaillant, cómic en el que se basa esta película, es completamente desconocido en España. A los españoles nos importa poco lo fiel que sea esta adaptación al tebeo, lo que queremos ver es una buena película. Y lo cierto es que 24 horas al límite, es muy desigual. El tema, el mundo del automovilismo profesional desde dentro de una escudería, puede dar pie a potentes escenas, en imagen y drama. Sin embargo el equipo creativo sólo ha sido capaz de explotar el filón de las imágenes, raspando la mediocridad en el guión.
El realizador, Louis-Pascal Couvelaire, proveniente del mundo de la publicidad, hace auténticas virgerias con la cámara, su talento, y los 22 millones de euros de presupuesto. Lástima que no haya podido contar con un guión en condiciones. Los responsables del texto, Luc Besson y Gilles Malençon, han escrito deliberadamente una historia sobre el equipo de los pilotos buenos contra el equipo de los malos, pensando que así capturaban mejor la esencia del cómic. Aquí no somos nadie para discutir las decisiones de Luc Besson (El Quinto Elemento, El gran azul o Nikita), pero si quería hacer una película seria se equivocó. El film se queda en un nivel superficial y pierde todas sus oportunidades para explorar el automovilismo profesional. Gilles Malençon debió haber pasado menos tiempo leyendo los cómics de Michel Vaillant y más indagando las preocupaciones reales de los pilotos, técnicos y directores de equipo. Su texto está en las antípodas del que John Logan y Oliver Stone escribieron para Un domingo cualquiera, un film tan crudo e intenso que te atrapa sin saber nada de este deporte. De la comparación de está dos películas se deduce una lección muy clara: sólo unos personajes muy trabajados pueden hacer de una competición deportiva una buena historia.
De manera que para sacar adelante el proyecto Couvelaire ha tenido que confiar en su pericia con la cámara y el espíritu capturado del cómic. Y lo cierto es que a golpe de llamativas imágenes consigue que no quitemos ojo de los guapos actores. Sagamore Stevenin encarna eficazmente al héroe, tan onírico y bello como su compañera, Diane Kruger (Helena de Troya). El resultado final es un envolvente anuncio de ciento y pico minutos.