Previsible diorama plagado de frases malsonantes que se estanca en su desarrollo.
Se puede considerar el cine islandés como un fenómeno relativamente reciente del que apenas se encuentran dos generaciones de directores, según las propias palabras del realizador de The good heart, Dagur Kári. Él pertenece a esta segunda generación y cuenta con el honor de ser uno de los elegidos puesto que cuenta con apoyo internacional. Francés de nacimiento, este director y músico ya cuenta con cinco filmes en su haber y afortunada proyección entre los fieles al intelectualismo cinematográfico europeo. Para este en concreto, ha optado por trasladar la acción a la gran manzana.
The good heart narra el encuentro fortuito de Lucas y Jacques en la habitación de un hospital. Son dos personajes equidistantes que trazarán una imaginaria línea de unión. El primero es un joven vagabundo sin ninguna esperanza que ha intentado suicidarse sin éxito mientras que el segundo es el dueño de un bar de los suburbios neoyorquinos que acaba de sufrir su quinto infarto. Ambos son las fuerzas máximas sobre las que su director apoya los fundamentos de esta propuesta.
Mientras que Lucas es el representante del lado humanizado, Jacques encarna todos los valores retrógrados impropios de la sociedad actual. Éste, sin embargo, acogerá a Lucas en su hogar y le introducirá en un personalísimo universo de tipejos de poca monta asiduos al establecimiento que balbucean sus filosofías agarrados a una copa entre las paredes del bar. El objetivo no es otro que asegurarse de dejar en legado tan preciado local, que parece un santuario dedicado a la masculinidad más misógina. Un día entrará una desconsolada muchacha, de quien se enamorará el buen corazón de Lucas, y acabará por desatar el conflicto entre los dos varones.
Mediante una fotografía cercana al cine indie más embrutecido y una gama palidecida de colores incómodos, Kári despliega una historia que desciende lentamente hacia la frustración narrativa. Sus formas melifluas se encuadran en una fábula urbana sin demasiado sentido, esencialmente por la extraña relación que describe el filme que no parece saber avanzar con pie sólido. El irascible Jacques pigmalionizará a su condiscípulo sacado de las calles para convertir al muchacho en su digno sucesor. Por supuesto, en esta improbable tutoría cabría incluir una consolidación afectiva entre los dos hombres que contuviera un mínimo de poesía o de emoción, pero no hay rastro de ningún potencial que aguante su preámbulo dada la carencia de unas dosis mínimas de lírica o de simpatía.
Insólitamente, tampoco se aprecia el estudio de la contraposición de sus dos protagonistas ni tampoco se trata de una buddy movie en la que los dos opuestos acercan diferencias y labran una bella amistad. Incluso los personajes se revelan desfondados superados los primeros veinte minutos. Quizás la presencia de Brian Cox encarnando al viejete vicioso y malcarado pueda tener una cierta gracia para algunos pero no es suficiente para redimir el producto. The good heart es, simplemente, un previsible diorama plagado de frases malsonantes que se estanca en su desarrollo y cuyos propios cimientos transmiten que una farsa de clases desfavorecidas es suficiente como discurso para alcanzar el estatus de obra artística de sobrada sugestión. Sentimos decir que no es así.