¿Te atreves? ¿Juegas? ¿Capaz o incapaz?... Estas son las preguntas que se formulan Julien (Guillaume Canet, visto en “Vidocq”) y Sophie(Marion Cotillard, que trabajó a las órdenes de Tim Burton con un pequeño papel en Big fish) a lo largo de todo el metraje de esta macabra a la vez que tierna “Quiéreme si te atreves” del director Yann Samuell.
Estas impetuosas almas gemelas se conocen desde la niñez, momento en el que comienzan a tantearse a través del juego del atrevimiento hasta convertirlo en algo de lo que dependerán sus vidas. Así, Julien y Sophie viven dentro de un mundo construido por ellos mismos, en el que sólo dan cabida a esos retos, que con el paso de los años se tornarán cada vez más humillantes y escabrosos. Poco a poco, se dan cuenta de que su juego se presenta como la única opción que les queda para enfrentarse con una pasión que les desborda por completo.
La fuerte atracción que persigue a nuestros protagonistas se presenta a modo de cuento fantástico, algo masoquista eso sí, dotado de cierto aire kitsch, rememorando con ello el buen sabor de boca que nos dejó la adorable “Amelie”, film de enorme éxito internacional con el que guarda innegables elementos comunes.
Mucho más incisiva que la cinta de Jean Pierre Jeunet en lo que a cuitas amorosas se refiere, Quiéreme si te atreves hace partícipe al espectador de su peligroso juego, convertido al instante en cómplice de esa malsana perversión. La respuesta del respetable se traduce en enormes risotadas unidas a un elevado nivel de disfrute siempre a cargo de la abundante cantidad de putadas -lo siento, pero no encuentro otro término más claro que refleje el espíritu de la película- que llegan a hacerse el uno al otro.
A medio cruce entre la comedia y el drama, a medio camino entre lo soñado, lo esperado y lo vivido esta producción aparece en nuestras pantallas y se revela como uno de los grandes descubrimientos del cine galo en lo que va de año. Aupada por una excelente acogida en su país y premiada en el pasado festival de Gijón con el premio al público, este “Juego de niños” supone un agradable alivio ante tanto estreno veraniego de escasa relevancia.
Por todo ello, la ópera prima de Yann Samuell merece un puesto digno dentro de una cartelera plagada de efectos especiales que, en su gran mayoría, destacan por encima del relato. Justamente lo contrario de lo que sucede aquí, donde esos mismos efectos no tapan, sino que acentúan en su justa medida una narración provista de impagables ráfagas de ácido humor y pasiones desatadas. Ya pueden tomar nota algunos productores de Hollywood...¿Capaces o incapaces? Lo más probable, será esto último.