El material literario de base sirve para construir una historia que se lanza sin rubor hacia lo sensiblero y lo cursi.
Hannah Montana ha muerto, larga vida a Miley Cyrus. Al menos eso es lo que quiere proclamar con todos los medios a su alcance la cinta que aquí nos ocupa. Si en Hannah Montana: La pelicula asistíamos al culmen y remate de la serie televisiva protagonizada por la susodicha, ahora toca el turno de poner la primera piedra de un nuevo edificio, el de la carrera cinematográfica bajo su propio nombre de la hija de Billy Ray Cyrus, inventor de ese eterno himno de bodas, bautizos y comuniones llamado Achy breaky heart.
Para intentar conferirle una cierta pátina de respetabilidad, el primer proyecto serio de Miley echa mano de uno de los libros del muy socorrido últimamente Nicholas Sparks, cuyas novelas han alcanzado celebridad debido principalmente a sus adaptaciones a la gran pantalla. Ahí están Mensaje en una botella, El diario de Noa, Noches de tormenta o la más reciente Querido John para darnos pistas del tipo de relato que vamos a presenciar aquí.
La última canción es un melodrama que se intenta tomar a sí mismo muy en serio, y que está claramente destinado a un público adolescente. Miley Cyrus interpreta a una joven que se ve obligada a pasar el verano en el pueblecito sureño donde reside su padre, ante quien mantiene una actitud bastante hostil, tras los hechos que han provocado el divorcio de sus progenitores. Durante la estancia en aquel lugar la protagonista descubrirá el amor –los seguidores de Crepúsculo disfrutarán con esas interminables escenas acarameladas, qué duda cabe–, y verá cómo la relación con su entorno y sus familiares va cambiando a medida que se relaje, abandone su talante arisco y se deje llevar por la corriente de la vida.
Como no podía ser de otro modo, el material literario de base sirve para construir una historia que se lanza sin rubor hacia lo sensiblero y lo cursi, apoyándose en música bucólica y emotiva para potenciar el efecto lacrimógeno, presente sobre todo en el tramo final de lo narrado. Sin embargo, tal vez el único punto salvable de la cinta sean las vistosas canciones repartidas durante el metraje, donde se combinan con cierta destreza nombres comerciales y obvios (Maroon 5, Snow Patrol) con otras bandas de corte más alternativo (The Raveonettes, Iron & Wine). Además, la única canción en boca de la protagonista llega durante los títulos de crédito finales, así que al menos en ese aspecto podemos respirar aliviados.
En otros aspectos, digamos que Miley Cyrus muestra unas capacidades interpretativas bastante limitadas (se demuestra que la entrega que exige una película no es la misma que demanda un videoclip o un concierto, donde es más fácil ocultar las carencias). Greg Kinnear, por su parte, aparece con la sempiterna cara de perro apaleado que ya hemos presenciado con anterioridad en otros títulos. Del resto de intérpretes mejor ni hablemos.
Además, es fácil acabar harto de las dichosas tortugas que se empeña en criar la protagonista, mientras al tiempo vamos presenciando cómo el nivel de bochorno aumenta por momentos: la cena con los padres del novio adolescente no hay por dónde cogerla. Finalmente, la búsqueda descarada de la lágrima en el segmento cercano a la conclusión ha llevado a los críticos a sentenciar frases del calibre de: “Es tan mala que hace que El diario de Noa parezca Casablanca” o “La película es tan blanda que hace que Querido John parezca Nueve semanas y media en comparación.” Tomen nota.