Un excelente trabajo cuya finalidad es mostrar al espectador cuál fue la verdadera elección vital que dejó Tolstói como legado.
Tiene La última estación como película muchas virtudes y, sin embargo, serán esas virtudes las que la hagan una película poco memorable a largo plazo. La principal de ellas es que recobra el aliento de un tipo de cine que ya no se hace, de recreación histórica a pequeña escala, con especial gusto por los personajes y la ambientación, que huye de los énfasis gratuitos y los golpes de efecto.
Con el punto de mira puesto en las producciones británicas de recreación de época, Michael Hoffmnan adapta una complicada novela de Jay Parini en la que se relatan los últimos meses de vida del escritor León Tolstói (Christopher Plummer). La historia, aunque pueda parecer mínima, tiene calado, ya que Tólstoi en sus últimos años era tomado casi por un santo en vida, y todo lo que hacía y decía era muy seguido por los medios de la época.
En esta circunstancia se encontraban una serie de gente, los tolstoianos, que practicaban un modo de vida basado en las ideas y escritos del afamado escritor, conviviendo en una suerte de comunas entre lo comunista y lo hippy, esparciendo las enseñanzas del maestro al resto de la sociedad. Al frente del movimiento tolstoiano se encontraba Chertkov (Paul Giamatti), acérrimo defensor del ideario de su maestro cuyo máximo interés es conseguir que éste ceda los derechos de su obra al pueblo ruso antes de morir para perpetuar su ideología y el movimiento.
En su contra se encuentra Sofía Tólstaya (Helen Mirren), esposa del autor durante cuarenta y ocho años y noble de nacimiento, que observa los movimientos de Chertkov como una amenaza no sólo para la subsistencia de su familia y su modo de vida, sino porque supone la destrucción de una historia de amor que ha perdurado casi medio siglo sin perder intensidad.
El maestro Tolstói se encuentra en sus días de vejez en la tesitura de elegir entre lo que dicta su cabeza, su ideario, dejando un legado a los tolstoianos y al pueblo ruso que por fin ponga a los humildes en la primera línea de la sociedad, o morir feliz y plácidamente rodeado de su familia en el ambiente agradable y cómodo de su palacete como punto final a una vida junto a la persona que ha amado.
A través de los ojos de su secretario Bulgakov (James McAvoy) asistimos a este duelo entre razón y corazón en el personaje de Tolstói, hasta el punto de provocarle decisiones que le llevan a pasar sus últimas horas en una estación de tren donde la enfermedad y la vejez ponen rúbrica a su vida.
Con el sentido de la ambientación y la coralidad de las películas del estimable dúo cinematográfico formado por el director James Ivory y el productor Ismail Merchant, Michael Hoffman construye un relato espléndido y vigoroso, estimulante y creíble, que pertenece a un tipo de cine que ya no se hacía desde los años 80, antes de que todas las crisis económicas y los superhéroes dictaminaran el interés de los estudios y el público. Un tipo de cine que sólo irreductibles románticos como el realizador ruso Nikita Mikhalov o el español José Luis Garci se atreven a hacer de vez en cuando, homenajeando al cine del que se han alimentado y que forma parte de su forma de entender el mundo.
La gracia de la que está tocada la cinta no sólo alcanza a su realizador, sino también a sus actores, especialmente a los veteranos Helen Mirren y Christopher Plummer, cuyos personajes son retratados con gran belleza y sin escatimar sus partes positivas y negativas, convirtiéndolos en profundamente humanos. Por su parte, James McAvoy entiende a la perfección la tonalidad ingenua y testimonial de su papel, ofreciendo un excelente trabajo cuya finalidad es mostrar al espectador cuál fue la verdadera elección vital que dejó Tolstói como legado.