Retrato fílmico de la huida y posterior renacimiento de un adulto.
Pascal Quignard es el prestigioso novelista francés autor de la novela en la que está basada Villa Amalia. El director Benoît Jacquot, tras leerla, no dudó en que esa iba a ser una de sus próximas películas y que debía ser interpretada por Isabelle Huppert. Esta es su quinta película juntos y probablemente no será la última.
Sin duda, la elección de Isabelle Huppert es inamovible viendo el resultado final de la cinta. En una historia en la que apenas se habla, donde la mayoría de los personajes se muestran de espaldas al espectador y que sus imágenes son, mayoritariamente, una captura de sensaciones sin una trama concreta, se necesita una intérprete de gran solvencia para transmitir al espectador lo que se está contando.
Villa Amalia es la historia de una huida, una huida interior, una liberación de lo que se es para transformarse en otra persona. Lo arriesgado de su propuesta está en que en ningun momento se explican exactamente las razones de esta huida. Se intuye un desengaño amoroso y un hastío profesional, quizá también una pesadumbre familiar no resuelta, el abandono de un padre en la niñez. Pero en otras personas, ni siquiera esos motivos son suficientes para romper con el pasado y el futuro, con una mismo, sin ni siquiera emitir un reproche, tener un discusión o emitir una queja.
En este sentido, la película del veterano Benoît Jacquot entronca con el emocionante y sensible cine, por desgracia algo olvidado, de Kryzstof Kieslowski. Un cine de emociones contenidas, de personajes sensibles y poco expresivos que viven interiormente sus sentimientos sin dejarlos apenas entrever salvo por mínimos gestos que los delatan, miradas, pequeños detalles que el espectador debe traducir. En el caso de la pianista Anne Hidden, son sus composiciones al piano las que dejan entrever la tempestad interior que está viviendo sin encontrar reflejo en su rostro.
Anne Hidden (muy intencionado el apellido) se desaloja interiormente como desaloja su lujoso apartamento deshaciéndose de sus tres pianos, de su pareja, su trabajo, de toda su ropa volcada en la basura, de todo su dinero en la cuenta de un amigo de la infancia, para que nadie pueda rastrear su identidad. Anne salta la frontera entre Francia e Italia a pie para no dejar constancia oficial de su viaje. Anne sale a nadar al mar y se queda varias horas allí, tumbada flotando sobre el agua hasta que una pareja en una lancha la recoge, extenuada: un nuevo bautismo, un renacimiento.
Villa Amalia no es otra cosa que el retrato fílmico de la huida y posterior renacimiento de un adulto, en un lugar perdido de la costa italiana donde encuentra un casa abandonada donde poder vivir sin luz, sin dinero, sin gente, donde vivir únicamente en contacto consigo misma, sin misticismos ni espiritualidades. Como tal retrato de ese viaje interior, las imágenes de Villa Amalia son perfectas y el registro de la luz, la música y el sonido, impresionante. Y además cuenta con la actriz idónea para interpretarlo: frágil, singular e inteligente.