Último capítulo adulterado en la historia de las comedias románticas recientes.
¿Saben aquellas comedias románticas que, aunque quien las ve es perfectamente consciente de que no está ante ninguna obra maestra, dejan una sonrisa en los labios que se intenta esconder cuando se sale de la sala de proyección? ¿Aquellas que tienen un cierto e indescriptible encanto cuyos protagonistas han conquistado, aunque sea durante poco más hora y media, un pedazo de su corazón? Pues bien, En la boda de mi hermana no es una de esas comedias.
Mark Steven Johnson, quien ya nos había brindado otro estropicio aunque en un género completamente diferente (hablamos de la adaptación del célebre cómic, El motorista fantasma), vuelve para encargarse del libreto y la dirección de esta película, con la que demuestra que no tiene ni el más mínimo sentido para rodar una comedia que se sustente en algo que no sea la pura arbitrariedad. Cierto es que hace los intentos de ser uno de esos romances ligeros y encantadores. No en vano recoge absolutamente todos los fundamentos del género y los arroja sin piedad durante el metraje.
Para empezar, tenemos a los dos jóvenes apuestos y exitosos, una más o menos aceptable Kristen Bell y un sosainas Josh Duhamel, ambos carne de fast food adolescente. Para continuar, la chica anhela encontrar a ese príncipe azul que se resiste a hacer su aparición. Para contextualizar, tenemos dos ciudades, Nueva York y Roma (el título original, When in Rome, ya explota la vertiente mágico-romántica de la capital italiana) y para hilvanar piezas, una trama deshilachada que se acoge a la comicidad más absurda e intenta hacer retales deslabazados con varios personajes que bordean el disparate.
Hasta aquí tenemos la parte de comedia, pero ¿y la parte de romántica? No asistimos a un bonito idilio con una carrera de obstáculos a superar hasta la llegada a la meta-happy-ending; no hay rastro de secuencias que, aunque quieran forzar la sensibilidad, intenten conmover al espectador; tampoco asistimos a una película particularmente graciosa aunque esté plagada de gags; ni siquiera llegamos a conocer quienes son verdaderamente esos dos personajes que se conocen casualmente en una boda. Carente de objetivos y de un mínimo de inteligencia, el guión (de Johnson y dos guionistas más) el que se descalabra a cada paso que da por no saber ofrecer más que unos personajes estáticos que sólo ejecutan arbitrariamente estupideces delante de la cámara.
No todo es malo. En medio del sonrojo, merece mención aparte la labor de haber conseguido a tres de esos actores como special guests que siempre apetece volver a ver. Danny DeVito, Anjelica Huston y Don Johnson hacen agradables apariciones que la memoria agradece. Ellos, y las bonitas postales de las dos capitales magníficamente fotografiadas por un maestro de la iluminación, John Bailey. Nada más. En la boda de mi hermana es el último capítulo adulterado en la historia de las comedias románticas recientes.