En ese sentido, como forma de recuperar su memoria, el director y guionista tiene otro gran mérito. Pero aún hay más. Se puede hacer una gran lista de directores, todos muy bien considerados, que a lo largo de su trayectoria han ido en cierta forma siguiendo una misma línea o estilo. Se puede sacar de la filmografía de todos ellos la lista de quienes les sirvieron en la causa y quedaron alimentando el ego de su nombre con sus guiones y otras variadas aportaciones. También, centrándolo en nuestro país, podría enumerarse a todos aquellos que siempre han buscado en el entorno, en industrias rivales, en cuestiones de mercadotecnia que se les escapaban, etcétera, las causas de su falta de esplendor. A todos ellos Amenábar los humilla. Los arrincona bajo la suela de sus zapatos con su discreta modestia, ajeno a cualquier necesidad de polémica. Lo suyo es administrar su talento y filmar, escribir, e implicarse en el resultado final, añadiendo ahora la libertad de género. El director con mayúsculas puede ponerse por encima de la temática y los presupuestos. Y así lo ha hecho progresivamente desde Tesis.
En Mar Adentro, aparte de servir una causa, recrearla y devolverla a la realidad, filma modulando sobriedad y recursos cuando la trama lo requiere, para recuperar el día a día de un entorno que gira sobre un dilema, a la vez que muestra momentos concretos cargados de emoción. La emoción de las ensoñaciones con los que se mete en la amarga esperanza en que se refugia quien vive en un castigo, quien sólo en pequeños remansos de ficción puede recrearse con algo tan simple como dar unos pasos.
Cada una de las personas reales que conviven con Sampedro se han trabajado para formarlas en carne y hueso, dotándolas de una solidez sincera a la que ayuda un guión cuyas palabras se recogen de la realidad. Su falta de pompa cinéfila y falsa corrección, añaden credibilidad. Con ellas desmenuza las emociones y descubre el verdadero amor en su lado más crudo, lejos del que uno siente para sí mismo, centrado en el que uno siente por la persona querida. Aún cuando ello le prive de su compañía.
Finalmente, con todo mostrado, concluye con suavidad con la vida de quien sencillamente era una buena persona en un estado inhumano, y le permite en la pantalla morir donde debió hacerlo. En un mar sereno e imperturbable que ejerce de testigo frío de los días de quien se ahogó entre sus aguas, y tuvo la desdicha de seguir viviendo demasiado tiempo añorándolas.