La manera habitual de llegar al cine, de hacer contacto con el cine, ya sea como aficionado o como cineasta profesional, es mediante el visionado de películas. Esta influencia mayoritaria, desgraciadamente, produce muchísima uniformidad, mucha repetición. Todos los que formamos una misma generación podemos recitar nuestras preferencias de carrerilla y encontrar el casi absoluto acuerdo de nuestros coetáneos.

Sin embargo, si al cine se llega a través de la música de Los Ramones... la cosa cambia.

Pedro Temboury mamó en su Málaga natal el rock y el punk de esta y otras bandas hasta hacer de esa forma de música un estilo de vida: el vinilo mejor que lo digital, el skate mejor que las motos, maría mejor que tabaco, la falta de recursos como aliciente creativo...

Pedro Temboury leyó un día una entrevista en Ruta 66 a sus ídolos en la que decían que su cineasta favorito era Jesús Franco. Y como no podía ser de otro modo, se volvió loco por sus películas hasta el punto de conocerlo, declararse fan y pedir que lo llamara para su próximo rodaje.

Por aquel entonces, Pedro Temboury y sus amigos ya habían creado su compañía, Producciones Malura, conscientes de que nada bueno podía salir de aquello salvo divertirse rodando, por ejemplo, una versión de Drácula en Súper-8 en una sola tarde. Cigarrillos radioactivos y Cenizas, fueron sus siguientes obras.

Pedro Temboury recibió la esperada llamada de Jesús Franco para participar junto con sus amigos en el rodaje de su siguiente película. Por aquel entonces ya había rodado su último cortometraje en Súper-8 de corte autobiográfico, Vida y muerte de un coleccionista de discos, al que seguiría el primero en 16 mm. Psycholettes, la historia de un grupo de motoristas que se dedican a violar hombres y encadenarlos con sus bichas. Algo demasiado próximo al Death Proof que Tarantino hizo veinte años después como para que a los chicos de Malura les preocupe la reclamación de los derechos de autor.

La relación entre Jesús Franco y Pedro Temboury se produjo durante cinco largometrajes donde la afición a pasarlo bien haciendo cine se convirtió en una profesión. El trabajo con Jess Franco animó a Temboury a dar el salto al largometraje, llevando a cabo la impresionante Kárate a muerte en Torremolinos (2003), puro cine de serie Z que contó con la colaboración de su querido Jess Franco como Miyagi y donde aparecieron por primera vez los emblemáticos Dr. Orloff y Jocántaro, una criatura que hubiera hecho las delicias del mismísimo Ray Harryhausen.

Con un presupuesto mucho más holgado, cinco millones de pesetas, Malura ejecuta su segunda producción, Ellos robaron la picha de Hitler (2006), una fantasía histórica en la que el descubrimiento inesperado del miembro incorrupto del dictador está a punto de provocar el advenimiento del IV Reich... en España.

Pedro Temboury ya tiene finalizado su próximo guión que será la mayor de las producciones a la que se ha enfrentado. Su título es ¡Cuidado fantasmas! y promete ser un revolcón estilo Malura al cine de aventuras adolescentes teniendo como referente Los Goonies.

Pedro suele decir que "...a la hora de hacer cine hay mucho envoltorio. Realmente sólo se necesita una cámara y libertad." Esta premisa es absolutamente cierta, del mismo modo que para hacer literatura sólo se necesita un lápiz y papel. Ante los resultados de mucho del cine que vemos en las salas hoy día, conviene preguntarse cuál de esos dos ingredientes están faltando a sus autores.