Ganadora del Premio del Jurado y el de la Mejor Actriz en la Berlinale, además de varios premios internacionales, Entre nosotros es el segundo filme de la realizadora alemana Maren Ade, en el que nos propone una introspección en el complicado mundo de la cotidianeidad de una relación de pareja. Así, conocemos a Chris y a Gitti, una pareja de treintañeros alemanes que se encuentran de vacaciones en la isla de Cerdeña. Allí, se enfrentarán a todos esos pequeños detalles que pueden hacer tambalear los cimientos que hasta el momento han construido.
La directora confiesa, en las notas de producción, que parte de su inspiración para esta disección supuestamente quirúrgica proviene de los memorables filmes europeos sobre el desmembramiento progresivo de la pareja. Por supuesto encontramos a Michelangelo Antonioni, en primera instancia, con su trilogía de la incomunicación. La aventura, La noche o El eclipse se pueden palpar casi físicamente en el filme que hoy nos ocupa. También otros clásicos como Te querré siempre, de Roberto Rossellini, o El desprecio de Jean-Luc Godard. Todos ellos filmes tomando a una pareja para encajarla en un contexto diferencial que servirá de postal para la quebrazón de unos lazos.
Pero vayamos por partes. Con unas buenas dos horas de metraje, su primera mitad transcurre apaciblemente, sin sobresaltos ni amarguras sentimentales. Se explora el lento universo más o menos estable de los susodichos. Un encuentro con un amigo del protagonista será la intersección que forzará el temblor de su relación. Sin razón aparente, ambos personajes empezarán, a partir de ese momento, su proceso de distanciamiento, esencialmente provocado por la joven.
Sorprende sobremanera cómo Ade dibuja a su personaje femenino, Gitti, como una chica profundamente neurótica, histérica y llena de inseguridades que transforma la levedad aparente de la obra en una constante irritabilidad que acaba por aborrecer hasta al espectador más sosegado. Tal vez por eso, Birgit MinichMayr haya sido recompensada con el Oso de Plata por su interpretación. Él, Chris (Lars Eidinger), es modelado por Ade como el elemento opuesto a Gitti, un joven conciliador y taciturno que se ve abocado al histrionismo de la muchacha y que, incomprensiblemente pese a todo, está enamorado de Gitti.
No busque el ojo escrutador más elementos en esta propuesta porque no los va a encontrar aunque también conviene decir que la realizadora le pone toda su voluntad y empeño. Voluntad por querer asemejarse a una Antonioni moderna y empeño por querer llevar a sus personajes al límite de sus posibilidades. Desde luego, puntos en común con el director italiano no le faltan. Recordemos, en términos básicos, la prodigiosa La aventura, donde contemplábamos a dos personajes que iniciaban un romance y se enzarzaban en un viaje donde se enfrentaban a ellos mismos; donde el paisaje o los espacios donde se movían los protagonistas eran tan vehementes como sus propias emociones, y donde el cúmulo de factores contraproducentes acababa por cercenar la relación. Entre nosotros propone un proceso quasi-idéntico. Pero hay un problema de raíz, y es que Ade, por mucha voluntad que tenga, no es Antonioni.
Si bien hasta la pasada la primera hora se transita por las vidas de estos dos jóvenes de manera agradable, la segunda hora se convierte en un dechado de discusiones ininteligibles, planteadas con demasiada banalidad, que no alcanzan ninguna penetración psicológica. Es en este segundo tramo que la directora parece no saber darle solvencia a la historia: ni dota a sus personajes de la suficiente enjundia para hacerlos verdaderamente verosímiles ni logra tampoco crear la empatía que precisan. Parece que sólo Ade comprenda lo que sucede realmente en el interior de esta hermética relación y que estire su metraje en demasía por no saber cómo transmitirlo hasta llegar a un absurdo tramo final. Lo que se ve acaba por convertirse en aborrecible; lo que se lee resulta excesivamente distante y toda la ponderación que se prometía durante la primera fracción de su recorrido no sólo no encuentra culminación sino que acaba por embotar el esfuerzo. Con muy buena voluntad, eso sí.