Lo más interesante y realmente insólito es el tono de la cinta.
Es necesario hacer una breve introducción acerca de la directora de esta cinta, antes de entrar a evaluarla. Rebecca Miller es hija del dramaturgo Arthur Miller y la fotógrafa Inge Morath. Educada en Yale en la disciplina de Arte, en su juventud es la pintura la que atrae su interés así como el mundo de la interpretación, llegando a aparecer en películas como A propósito de Henry (Mike Nichols, 1991).
En esas fechas ya había rodado algún cortometraje y dirigido una alguna adaptación de las obras de su padre. Su debut en el largo fue con Angela (1996), que tuvo buenas críticas pero pasó desapercibida. Unos años más tarde conoció en su propia casa al actor Daniel Day-Lewis cuando éste preparaba la interpretación teatral de una de las obras de su padre. Un año despues se casaban, comenzando una estimulante faceta como escritora con la publicación de Velocidad Personal, un libro de tres relatos.
Ella misma adapta al cine con no muchos medios los relatos de su libro consiguiendo con su película el premio del jurado del Festival de Sundance y su reconocimiento como autora y directora. Tres años despues escribe y dirige La balada de Jack y Rose, que interpreta su marido, con el que ya tiene dos hijos. La vida privada de Pippa Lee es su cuarto largometraje, también basado en una novela propia.
Su padre decía que Rebecca escribía dramas ligeros donde personajes de edad madura se encuentran en un punto de inflexión en sus vidas, en una encrucijada en la que debían decidir si continuar o cambiar por completo. Pues no vamos a enmendar el análisis de uno de los más brillantes dramaturgos del siglo XX porque, además, La vida privada de Pippa Lee es exactamente eso.
Quizá Rebecca Miller sea la perfecta heredera de los talentos de sus padres. Tiene la capacidad de crear situaciones, dramaturgias, de lo cotidiano, de las conversaciones normales entre una pareja o entre unos vecinos porque maneja perfectamente los tiempos y los diálogos, dejando entrever con un par de frases toda la psicología de un personaje. Además, posee la capacidad visual de su madre, ese don innato de describir con una sola imagen toda la circunstancia que rodea una existencia. Valga como ejemplo la aparición en pantalla del personaje interpretado por Keanu Reeves.
Pero sin duda, lo más interesante y realmente insólito es el tono de la cinta. Los personajes son de tal madurez en su descripción y expresión, en la transmisión de sus perfectos desequilibrios, sus traumas, sus sentimientos y sus dudas que la guionista y directora no tiene que recurrir ni una sola vez a las clásicas escenas de gritos, lágrimas, discusiones y otras barbaridades a las que nos tienen acostumbrados otros cineastas para que entendamos que al personaje le sucede algo interiormente. En La vida privada de Pippa Lee, pasan muchas cosas y algunas muy graves, y en ningún momento se toma al espectador por estúpido como para subrayarle que el alcance y la gravedad de lo sucedido ha provocado un cambio, un vuelco en la vida de quienes han sufrido ese drama. Los personajes no se explican, sus actos les definen.
Punto y aparte merecen el soberbio elenco de actores. Empezando por el impresionante trabajo de Maria Bello como madre de la protagonista, de la que no puedes apartar la mirada mientras está en pantalla; siguiendo por ese actuar sin actuar de Alan Arkin, algo que sólo alcanzan los mejores y más vetaranos actores; y terminando por un Keanu Reeves y una Julianne Moore que tienen la virtud de calzarse los personajes de modo que ya te resulta imposible pensar que otro actor lo hubiera podido interpretar.
Otro aparte para Robin Wright, la Pippa Lee del título. En modo telegrama podríamos decir que es la antítesis de Nicole Kidman en el cine actual, pero le haríamos un flaco favor a ella y una gran favor a la Kidman comparándolas. Quizá porque su personaje es una versión más compleja y aumentada del que ya interpretó en Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994), el trabajo de la actriz es bello y verdadero, resuelto con tan aparentemente poco esfuerzo que pasaría desapercibido sino estuviésemos aquí nosotros para reivindicarlo las veces que haga falta.