La química entre los dos actores principales logra escenas que, sin pasar a la posteridad, al menos no invitan a huir de la sala.
Harta de esperar que su algo insulso novio le pida en matrimonio, la decoradora de interiores Anna Brady (Amy Adams) decide emprender un viaje hacia Irlanda –donde se halla su pareja debido a motivos de trabajo–, dispuesta a sacar el máximo rendimiento a una antigua tradición típica de aquel lugar, que permite a las mujeres declararse a sus novios una vez cada cuatro años, coincidiendo con el 29 de febrero.
Sin embargo, el trayecto hasta cumplir su objetivo no resultará sencillo, y obligará a Anna a aliarse con el rudo Declan (Matthew Goode) para lograr llegar a tiempo a su destino en Dublín. El tiempo que pasen juntos en la carretera hará evolucionar una relación algo espinosa y movida por el mero interés mutuo hacia terrenos que ninguno de ambos hubieran esperado en un primer momento.
Leyendo los párrafos precedentes –o viendo el tráiler, tanto da– nos hacemos una idea muy aproximada de por dónde transita Tenías que ser tú, enésima comedia romántica cuya baza principal no es precisamente la de lo inesperado de los acontecimientos que van teniendo lugar a lo largo de su metraje, perfectamente adivinables en casi todo momento, desenlace incluido.
Pese a todo, cabe rescatar a esta cinta de las llamas de la condenación eterna debido a varios aspectos que, sin convertirla en una obra imprescindible, sí que al menos consiguen trocar determinados tramos de su visionado en un entretenimiento medianamente agradable. Destaca por encima de todo la enorme Amy Adams (La duda, Julie y Julia), que gracias a su tremenda versatilidad carga con la mayoría del peso de la trama, elevando el nivel de un filme que no hubiera sido igual de haber encarnado a la protagonista otra actriz más limitada.
Por su parte, Matthew Goode (Al sur de Granada, Watchmen) ofrece una imagen más cercana a los galanes aparentemente descuidados que han interpretado en algún momento de su carrera Gerard Butler o Hugh Jackman, huyendo de los rasurados estereotipos que parecen dominar en este tipo de productos. Además, la química entre los dos actores principales logra escenas que, sin pasar a la posteridad, si que al menos no invitan a huir de la sala de proyección (algo siempre de agradecer).
Con un cierto aroma a cine clásico, “The End” incluido –aunque a años luz de los títulos de Katharine Hepburn y Spencer Tracy, por nombrar un mero ejemplo–, y navegando entre tópicos manidos pero no demasiado sangrantes, hermosas imágenes de Irlanda y alguna que otra frase ingeniosa intercambiada entre los protagonistas, se llega sin demasiados problemas a la conclusión de una historia ligera, que puntúa por encima de otras películas similares.