Durante 124 minutos asistimos al éxtasis romántico de los protagonistas abstraídos por la idea de su futuro matrimonio y la conversión de Bella al vampirismo.
La tercera entrega de la ultrapopular saga Crepúsculo supone su ingreso en cierta madurez formal y, en menor medida, temática. Sin dejar de contar con todo el repertorio de imágenes y frases románticas que su público objetivo necesita, Eclipse tiene una estructura algo más elaborada que sus predecesoras y un acabado formal más acorde a su aumentado presupuesto y a la relevancia que está adquiriendo como fenómeno.
Aunque la tercera y el resto de las entregas que formarán el ciclo van a estar firmadas por la misma guionista, Melissa Rosenberg, los directores han ido cambiando según las necesidades de cada capítulo. En esta ocasión el elegido ha sido David Slade que firma con esta su tercera película tras un buen debut con Hard Candy (2005) y un acercamiento a la temática vampírica en 30 días de oscuridad (2007), lo que probablemente fue decisivo para su contratación.
Durante 124 minutos asistimos al éxtasis romántico de los protagonistas abstraídos por la idea de su futuro matrimonio y la conversión de Bella al vampirismo. La dureza de tal decisión hace mella en su voluntad aunque sin dudar de su amor por Edward pero agobiada por lo irreversible de su decisión. Todo su entorno parece señalar su precipitación, incluido un Jacob más incisivo de lo habitual, que también le ofrece un futuro junto a él, mucho más ardiente y apegado a la naturaleza que el de la vida vampírica, a juzgar por su resistencia al uso de camisas en el frío Forks.
Eclipse cumple con creces con su propósito, que no es otro que el alimentar los sueños románticos de cientos de miles de adolescentes del siglo XXI para los que la denominación "emo" viene a designar una generación que revive ciertos valores románticos y humanos propios de otros tiempos. Si se juzga desde este punto de vista, su calificación es notable, porque la cinta no se distrae mucho más, salvo en apuntalar su estructura para que todo se entienda mínimamente, abordar la historia de algún personaje secundario y salpicar el metraje con dos o tres secuencias impactantes de efectos especiales para añadir sabor a la mezcla final.
Juzgada desde un punto exclusivamente cinematográfico, Eclipse es un conglomerado de carencias narrativas y visuales, de personajes penosamente dibujados y soluciones estilísticas que rozan lo ridículo. Sin entrar en el atropello a la tradición vampírica que ya se ha mencionado en los comentarios de las anteriores entregas, desde los almibarados diálogos hasta la terrible dirección de actores pasando por la lamentable resolución de las escenas de acción o la bisoñez de los efectos especiales (esas carreritas por el bosque...) todo en la película es impostado, superfluo e inverosímil. Sólo hay una secuencia rescatable, la del diálogo de Bella con su padre acerca de su virginidad, quizá porque es la única que se escapa del corsé de la cursilería y el romanticismo imberbe para entrar en el terreno de lo cotidiano y natural.
En su visita a Madrid para presentar la película el director David Slade respondió acerca de su aportación a la cinta diciendo que se limitó a visualizar lo que había en el guión y rodarlo. Una buena manera de sacudirse la responsabilidad de un producto en muchos puntos sonrojante y aburrido, a no ser que se tengan quince años y todavía se crea en el amor eterno.