No queda más remedio que lamentar la distancia entre las intenciones críticas de Nasrallah y el fruto de sus esfuerzos.
Precedida por su programación en los festivales de Toronto y Venecia y por cierto eco en Francia, llega a los cines españoles aprovechando los estragos que está haciendo en la taquilla el Mundial de Fútbol, una delicatessen: Mujeres de El Cairo. Hecho destacable habida cuenta de que, salvo error, se trata de la segunda película egipcia estrenada comercialmente en nuestro país ¡en los últimos diez años!
Como la primera, El edificio Yacobián (2006), Mujeres de El Cairo está escrita por Waheed Hamed. Mientras que su realización corre a cargo de Yousry Nasrallah, en lo que constituye su séptimo largometraje. Nasrallah se inició en el medio como crítico, y posteriormente ejerció como ayudante del considerado padre del actual cine egipcio, Youssef Chahine (1926-2008); con cuya obra póstuma, Heya fawda (2007), guarda algunos paralelismos Mujeres de El Cairo.
Nasrallah no ha dudado en remitir irónicamente el título original de esta su última película, traducible como "Cuéntame una historia, Scheherezade", a Las mil y una noches: si en uno de los relatos que componen el clásico literario árabe, una joven elude la muerte de sus predecesoras en un lecho real alargando a lo largo de numerosas madrugadas una historia que subyuga al monarca, Mujeres de El Cairo denuncia la sumisión femenina en el Egipto de hoy a través de los testimonios inspirados en lo real de tres mujeres de diferente extracción social, en un programa televisivo conducido en directo por una presentadora de éxito.
Escribir, como han hecho algunos, que Mujeres de El Cairo es una propuesta necesaria y hasta admirable en virtud de la contundencia con que arremete contra un statu quo patriarcal ciertamente injusto para con el sexo débil, sería pecar de condescendiente. Lo que ha de contar antes que nada, hablemos de una producción holgada o modesta, procedente del todopoderoso Hollywood o de la humilde Bután, es el cine. Y la verdad es que Mujeres de El Cairo deja que desear en ese aspecto.
Lo que ha pretendido Nasrallah es hacer llegar su mensaje progresista apelando a recursos formales que el público nativo (y en especial las espectadoras) pudiese aprehender y hasta disfrutar. Algo que le lleva a combinar, de modo ni sutil ni exigente, las constantes del culebrón con las de la telerrealidad, buscando subvertir el tradicional trasfondo alienante de ambos registros sin el talento requerido, pese a destellos puntuales de virtuosismo técnico.
Teniendo en cuenta además que Mujeres de El Cairo es una cinta coral (con lo que ello implica en términos de un obligado equilibrio narrativo que brilla por su ausencia), que su duración alcanza los 135 minutos, y que el maniqueísmo al retratar a hombres y mujeres llega a causar irritación, no queda más remedio que lamentar la distancia que existe entre las intenciones de Nasrallah y el fruto de sus esfuerzos.
Como tantas películas convencidas de lo trascendente y correcto de lo que desean expresar antes siquiera de haberse rodado, Mujeres de El Cairo no escapa a su condición de feel good movie reservada a audiencias autocomplacientes, predestinadas a verla. Vaticinamos que, estos días en España, mujeres histéricas al borde de la menopausia, asqueadas de ver a sus maridos babeando frente al fútbol.