Es tanto el genio desplegado en cada situación y cada diálogo que, a los pocos minutos de empezada "Toy Story 3", uno está absolutamente rendido a la evidencia de hallarse no ante una secuela oportunista, sino ante una película memorable de por sí.
“Pixar vuelve a casa”, se titula de manera muy significativa el artículo dedicado en nuestro nuevo número impreso a Toy Story 3. En efecto, las aventuras que han corrido a lo largo de los últimos quince años los juguetes del pequeño Andy —el vaquero Woody, el astronauta Buzz Lightyear, el dinosaurio Rex…— han sido esenciales para vertebrar la identidad del estudio de animación digital hoy absorbido por Disney. No sólo en su condición de fenomenales éxitos críticos y populares, y de pilares de su educación sentimental para una o dos generaciones de niños. También por constituir jalones creativos cruciales en la deriva de la compañía liderada por John Lasseter.
Toy Story (1995) fue el debut de Pixar en el ámbito del largometraje, y el primero de tal tipo en la historia del cine totalmente generado por ordenador; en él latía un respeto profundo por la animación tradicional (no solo estadounidense), trascendida con un atrevimiento nada artificioso, fruto desprejuiciado del enorme talento de Lasseter y su equipo. La actual Edad de Oro de la animación que vivimos lo debe todo a aquella obra maestra.
En cuanto a Toy Story 2 (1999), dejó vislumbrar que Pixar no iba a seguir limitándose durante mucho tiempo a ser únicamente una expendedora de grandes entretenimientos facturados con una calidad técnica inalcanzable para sus competidores; la cinta albergaba además un discurso complejo sobre la infancia, más allá de la simple moraleja, que dio paso a la sofisticación dramática e ideológica de que han hecho gala después Los Increíbles (2004), Wall-E (2008) o Up (2009). Una sofisticación que, a quien esto escribe, no siempre le ha parecido convincente.
Como es habitual, Toy Story 3 se proyecta precedida por un corto, obra de un joven talento de Pixar, Teddy Newton. Se llama Día y Noche, y compendia ejemplarmente la trayectoria que acabamos de describir: una maravillosa combinación de animación bidimensional clásica y efectos tridimensionales inéditos, se ve lastrada en sus últimos instantes por el empeño en subrayar un mensaje obvio en sus imágenes. Algo que la película posterior a Día y Noche prefiere no hacer fiándolo todo, como las Toy Story previas, a la precisión narrativa, el vértigo visual… y la inteligencia del espectador.
Para ser justos, debe reconocerse que Toy Story 3 augura una época de mayor conservadurismo argumental en Pixar, empeñada ahora mismo en primar las secuelas (Cars 2, Monstruos S.A. 2) sobre los planteamientos originales (Newt, cancelada). Ella misma no pasa de ser un mixing narrativo de Toy Story y Toy Story 2, debiéndose por añadidura en exceso a una película que ya inspirase las entregas anteriores y en la que mucho tuvieron que ver miembros de Pixar en sus comienzos: La Tostadora Valiente (Jerry Rees, 1987).
Las peripecias de Woody y sus colegas en una guardería cuando creen haber sido olvidados por su dueño, a estas alturas casi un adulto, no son por tanto sino una versión corregida y aumentada de las ya vistas. Y, sin embargo, son tantos el ingenio, el arrojo, la sensibilidad y hasta las puntuales ironía y crudeza que emanan de cada situación y cada réplica que, a los pocos instantes de iniciada Toy Story 3, uno está absolutamente entregado a sus viejos amigos y fascinado ante los nuevos; rendido, en fin, a la evidencia de hallarse no ante una secuela oportunista, sino ante una película de por sí memorable. Lo que, de paso, hace plena justicia a los alegatos —repetimos, no por sutiles menos presentes— contra el olvido, la indiferencia y el egocentrismo que recorren sus fotogramas, y que se materializan en dos escenas postreras cuyo contenido no desvelaremos y que se cuentan entre las más emotivas que este espectador ha disfrutado en los últimos tiempos.
A ello debe sumarse la proverbial pericia técnica del estudio, que en esta ocasión no se limita al color, las luces y las texturas, las inflexiones vocales, la expresividad y coherencia dinámica de los personajes, la realización y el montaje. Toy Story 3, y lo sentimos por Avatar, ostenta el 3D más inmersivo y elegante que jamás hemos visto.
El triunfo de esta película en todo el mundo es el de la excelencia, el trabajo duro y el genio; sigue la estela del Billy Wilder que cuando remataba con su colaborador I.A.L. Diamond un diálogo hasta dejarlo perfecto, insistía en volver sobre él para superar lo que parecía inmejorable. Un triunfo que supone el mejor antídoto contra la recesión y la piratería, pero también contra la indolencia y la superficialidad que caracterizan nuestros tiempos.
Toy Story 3 y sus antecesoras se han tomado la diversión con suma gravedad, como se la toma el niño cuya imaginación insufla vida a los juguetes con los que pasa las tardes infinitas de la infancia. Lograr el trasvase de esa sensación a la pantalla hace superfluas cualesquiera homilías que han intentado concretar otras películas de Pixar y, por supuesto, cualesquiera pretensiones de "entretenimiento" a la medida muy convencional de la infancia que ejemplifican Shrek, Ice Age, Alicia en el País de las Maravillas y demás mediocridades coetáneas.