A esta película le ha faltado más mala educación. Más delirio, más ritmo en la parida, más claridad de ideas en lo que queremos hacer. Cuestión de pelotas se presenta como una película paria, con un planteamiento que sólo puede ser una parida, y sin embargo comete el pecado de tomarse en serio a sí misma en varios momentos.
Hace poco comentábamos que una competición deportiva sólo sostiene un film con un trabajo serio de los personajes (24 horas al límite). Este largometraje, basado en el juego del balón prisionero, trata de sostenerse sobre la guasa. Pero no ha habido guasas suficientes. Si querían hacer un Agárralo como puedas tenían que haberse dejado de tópicos y metido más caña. Sobre todo si iban a presentar una trama tan propia del equipo A o una película infantil, que por si sola aburre a los preescolares.
Con todo, Rawson Marshall Thurber, director y guionista antes de los 30, demuestra olfato para la comedia. La temática del balón prisionero, en clave de deporte de elite, es una buena excusa para la nostalgia y para explotar el gag de “qué hostia se ha llevado”. Ben Stiller vuelve a hacer que te partas de risa, esta vez haciendo de malo, en su papel más divertido de las cinco películas que ha estrenado este año en España. Su personaje, monitor de gimnasio sin escrúpulos, es el de un freaky de primera. En la cinta hay otros freakies pero ninguno tan auténtico como él. Además de un puñado de gags, Cuestión de pelotas tiene cameos de lujo, bien escogidos e inesperados, sin duda lo más hilarante.
Christine Taylor, esposa de Ben Stiller en la realidad y la abogada Kate Veatch en el film, aporta la sofisticación oficial al grupo de perdedores protagonista. Kate coquetea con el tipo ordinario y bueno de la comedia, Peter La Fleur, interpretado por Vince Vaughn, colaborador habitual de Ben Stiller (Starsky \& Hutch, Zoolander). La Fleur encarna la filosofía de gimnasio de barrio frente a la del empresario mediático White Goodman, un extremista del culto al cuerpo. Esta rivalidad y la grandeza de los deportes ridículos son las dos patas de la historia. Con menos lugares comunes por medio, podrían haber sido de sobra.